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El suicidio de Diego, como antes sucediera con los casos de Jokin, Carla o Aránzazu ha vuelto a colocar el acoso escolar en los titulares y a disparar la preocupación de padres, educadores y administraciones ante un problema que, según diversos estudios, podría afectar a uno de cada cuatro escolares, muchos de los cuales quedan marcados de por vida. Por eso, con cada caso que sale a luz, se repite la misma pregunta, como una constante, en cada hogar: ¿será mi hijo víctima de acoso escolar?La cuestión a la inversa, sin embargo, no sólo tiene mucha menos presencia, sino que a menudo el simple planteamiento provoca un rechazo de plano entre los padres. ¿Cómo va a ser mi niño un acosador? El pequeño verdugo no se identifica como tal, y las familias no conciben que su vástago pueda ser el martirio de sus compañeros. Es más, cuando reciben la noticia, generalmente lo niegan y culpan a la víctima. E incluso se felicitan de que su hijo sea "de los duros". Esa negación paterna es, precisamente, uno de los problemas principales a la hora de atajar un comportamiento que, si no se corrige a tiempo, puede dar lugar a otras formas de violencia, como el mobbing o el maltrato en la pareja.
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Sin embargo, es habitual que la reacción de los padres cuando se les informa de que su hijo está acosando a otro sea ponerlo en duda, e incluso acusar a la víctima. "Cuando llamas a las familias de los acosadores, no se lo creen, los protegen, los disculpan, no dan crédito. A veces incluso cobra mayor dimensión porque las familias intervienen, se posicionan, de modo que no sólo no lo corrigen, sino que manipulan a otras familias en contra del propio acosado", cuenta Cavestany, en línea con la experiencia de Enrique Pérez: "Lo normal es que el padre lo niegue e incluso llegue a enfrentarse con la familia que denuncia el acoso. En vez de sancionar o intentar corregir la actitud de su hijo, lo niegan, e incluso amenazan a los padres de la víctima para que no acusen a su hijo, lo que deja claro de quién ha aprendido la conducta el niño".
Una reacción, a juicio de Pedreira, comprensible, ya que aceptar que su hijo es un acosador supone de algún modo poner en cuestión su labor como padres. "Los padres habitualmente niegan la mayor, se colocan del lado de la negación. Dicen: 'Pero si mi hijo es muy rico, juega muy bien al balonmano, al baloncesto o al fútbol, es muy popular. ¿Cómo es posible que digan eso de mi hijo, si todos le quieren?'".
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"Los acosadores de algún modo están pidiendo ayuda, llamando la atención. No puede haber impunidad, pero requieren toda la colaboración para salir de esa situación y emprender otro camino. Tienen que dejar de sentirse héroes, de minimizar lo que hacen, de culpar a la víctima. Tienen que reparar el daño causado». Díaz-Aguado ve imprescindible una medida correctiva, pero también una reeducación. «Sólo el castigo no basta para que cambien, hay que tratarlos para que entiendan que lo que han hecho está mal, se arrepientan y aprendan a hacer algo que repare el daño. Hay que enseñarles a ser protagonistas en positivo en lugar de en negativo».
Las consecuencias de no atajar estas conductas en la infancia pueden ser graves. Un niño que se burla de otros, chantajea, roba la merienda, manipula o amenaza, irá a mayores si no se toman medidas. "Es un problema social que los padres de los acosadores no calibran, y esto es un muy mal pronóstico para ellos. Luego esas familias no pueden con ellos después de la adolescencia porque se les ha pasado la edad para que interioricen la norma moral y social".
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"Con los datos que tenemos, con el paso del tiempo el acoso escolar decrece, de forma que es más escaso en los últimos años de la Secundaria; sin embargo, el número de niños que se convierten en acosadores seriales aumenta. De forma que llega a la vida adulta con un perfil de depredador, que repetirá en situaciones de acoso laboral o maltrato en la pareja", afirma Piñuel.La relación entre el acoso escolar y otras formas de violencia se ha estudiado profusamente.
La Unidad de Psicología Preventiva de la Complutense cuenta con un programa que trata de forma conjunta la violencia de género y el bullying. También se relaciona el acoso escolar con el laboral. "Se sabe que la gente que está involucrada en bullying suele estarlo también en mobbing. El acoso es una manera de ser y de relacionarse, y sobre todo de despreciar al otro, y el que no tiene empatía no la tiene en ningún ámbito", apunta Pedreira.
"Por eso es tan importante la prevención: no solo para defender a víctima, sino para que el sistema escolar emita un mensaje contundente de que esas conductas son inaceptables. Cuando los directores se quitan a la víctima de encima -cambiando de colegio-, no resuelven el problema, simplemente lo aplazan", alerta Piñuel. "Los acosadores seriales repiten una y otra vez la conducta, y es cada vez más frecuente que sean acosadores en la vida adulta, dentro de la pareja o cuando son jefes. El mobbing hay que prevenirlo desde la escuela".