Grup d'educació

Derechos de la infancia
> Otros textos.

Esto no se dice


Alejandro Palomas
. Ed. Destino, 2022 (p. 80)
Los niños no contamos el abuso porque la mayoría de las veces contarlo significa delatarnos. Es más, hacemos lo imposible para mantenerlo oculto. Intuimos que al contar -sobre todo si el abusador es un miembro de la familia- estaremos provocando un terremoto de consecuencias catastróficas, no imaginables a esa edad. ¿Cómo decirle a tu madre que es su hermano el que abusa de ti? ¿O el abuelo? ¿O el primo adolescente con el que te dejan jugando en la piscina mientras los mayores toman el aperitivo en el porche, convencidos de que "los niños" están tranquilos y a buen recaudo? Hablar, y eso lo sabe el niño o la niña, es acusar a alguien tan querido como lo eres tú y, en tu debilidad, arriesgarte a un careo con tu agresor en el que habitualmente llevas las de perder. Ninguna familia ve con buenos ojos acusaciones de ese calibre en su seno. Esa suciedad no puede existir. "En esta familia no. Eso no."

Desde que hice público mi caso, he recibido y sigo recibiendo una inagotable cantidad de correos, mensajes y cartas de hombres y mujeres que en su día se atrevieron a dar el paso y denunciaron los abusos de un familiar ante sus padres -en el caso de las mujeres, son mayoría las que confesaron a su madre haber sido abusadas por su propio padre-, para ser luego repudiados por la familia. No quisieron creerlos. Algunos de quienes sí lo hicieron les pidieron -les ordenaron-que callaran "por el bien de la familia", aunque el agresor se hubiera convertido ya en abuelo y tuviese a menudo a algún nieto o nieta a su cargo.

En el noventa por ciento de los casos, antes o después la víctima acaba por distanciarse de la familia, eso si no ha sido de algún modo alejada por ella en un intento por evitar una relación incómoda que pueda contagiarse al grueso del cuerpo familiar. El niño o la niña abusados terminan siendo de mayores "desterrados" porque, ante el peligro del derrumbe, se opta por sacrificar a un miembro y así mantener la unidad del grupo, aun a costa de conservar en él al miembro culpable y silenciado. El peligro sigue así activo para los más pequeños. El abusador, convertido ya en abuelo, en tío abuelo o en padrino, puede seguir actuando, ahora -y eso es lo imperdonable- sin que nadie dude de su falsa inocencia.

Así perdura el abuso, amparado por la alargada sombra del silencio familiar.