Valentín salió de casa esa tarde con la promesa de volver a la hora cenar. Su madre le pidió que tuviera cuidado, mientras le abotonaba el abrigo. Ese hijo que le nació tan pequeño que no creyó que sobreviviera y que ahora le sacaba la cabeza. Un buen chico que trabajaba en la fábrica con su padre y que la ayudaba con sus hermanos. Ni siquiera bebía como el resto de amigos.-Ten cuidado-repitió.
-Que sí, madre- contestó.
-Fina, deja ya al chico que solo vamos a la manifestación - dijo el padre desde la calle, mientras apuraba el cigarro.
La alameda se llenó de hombres que enarbolaban pancartas y gritaban consignas contra el cierre de la fábrica. Al final del recorrido la policía cargó. El padre de Valentín cayó al suelo y una lluvia de golpes lo cubrió.
-¡Dejad de pegar a mi padre! -la voz del joven se elevó entre los cascos y una porra se estrelló contra su cabeza.
Valentín nunca pudo cumplir la promesa que le hizo a su madre.
Era una tarde de otoño, y las luces de las farolas se reflejaban en los charcos.