Había una vez unos coronavirus que vivían tan tranquilos con unos murciélagos. Vivían en un gran bosque espeso y solitario, los murciélagos comiendo mosquitos y los coronavirus haciendo la siesta y holgazaneando.Un día, llegó al bosque un grupo de pitufos exploradores, y en un pequeño claro montaron un campamento.
Luego, con el tiempo, llegaron más pitufos. Y más. Poco a poco, los pitufos fueron ensanchando el claro, talando los árboles y haciendo retroceder el bosque. Hasta que el claro creció tanto, tanto, tanto, que ya era mayor que lo que quedaba de bosque.
Los coronavirus, hartos del atropello, se enfadaron. Y ya se sabe que los coronavirus, cuando se enfadan, son terribles. Furiosos, empezaron a atacar a los pitufos, sobre todo a los más imprudentes, invasores y pesados. Y los pitufos, antes tan pizpiretos, a causa de los ataques de los coronavirus empezaron a ponerse enfermos. Incluso muy enfermos. Algunos, incluso hasta morirse.
Desde entonces, los coronavirus y los pitufos, que antes vivían lejos los unos de los otros, sin conocerse ni molestarse, son enemigos mortales.
Colorín, colorado, esta historia no se ha terminado.