Anoche, al volver a casa, cuando iba a echarles comida a los peces que tengo en la pecera, me encontré con que en la superficie del agua flotaba un extraño objeto. Observándolo con cuidado, comprendí que se trataba de una especie de desvencijada balsa, sobre la que había dos figuritas humanas, una tumbada boca abajo y la otra agarrada a una especie de mástil hincado entre los maderos. Creí que era un adorno que había puesto mi mujer, pero de repente descubrí que la figurita agarrada al tosco mástil movía un brazo desmayadamente, como pidiendo ayuda, y que en la tumbada había también signos evidentes de vida. Aquellos seres diminutos y vivos, al parecer náufragos, me desconcertaron tanto que me fui a la cama sin decirle nada a mi mujer y pasé la noche en blanco. Me he levantado muy pronto, he ido corriendo a la sala donde tenemos la pecera, pero solo he encontrado a las tres carpas rojas que la ocupan. Entonces me he sentido muy aliviado, al imaginar que esos diminutos náufragos no corresponden al mundo de mi realidad cotidiana.