Lo cierto es que el escritor de brevedades
nada anhela más en el mundo que escribir
interminablemente largos textos, largos textos
en los que la imaginación no tenga que trabajar.
Augusto MonterrosoPulidos como una sentencia, como una piedra devuelta por el mar, los relatos mínimos se asemejan a la fotografía, al haiku, al poema. Aunque parecen sencillos de escribir, su minúscula composición exige pericia, ingenio, un oficio impecable, economía, máxima tensión.
Es en los instersticios de la prosa donde fraguan su sentido; sólo en la relectura se encuentra el eco de su verdadera voz. Son vértigo, seducción, vislumbre; el lector debe rematar su efecto, entrar en un proceso delicado de lectura desentrañadora y reiterada.Y resumirlos es sumarles palabras.
Recorren todos los géneros, todas las técnicas: se apoyan en otros textos, tejen vínculos con otras formas: son juego, poema, sentencia, bestiario, chiste, novela, fábula, y hasta aviso clasificado. Todo vale cuando se trata de ganar tiempo.
Hay en su espíritu de fragmento una rebelión contra la literatura convencional, y en su transgredir los tópicos una ironía sobre nuestra época. Así se alzan contra la verborragia, la avalancha informativa, la vacía superabundancia de nuestra cultura. Estas inflamaciones de lo breve son asalto poético, efecto instantáneo, golpe al mentón.
Ya los conocía el Oriente, donde recorren los siglos. En castellano los escribieron Darío, Jiménez o Cortázar, y Borges editó la primera antología del género. A partir de Monterroso los encontró la crítica: hoy en día, quienes los practican saben ya que se juegan la vida en cada línea.
Los textos hiperbreves, relatos mínimos, ficciones súbitas, relatitos, 'textículos', ultracortos, microscópicos, bonsái o como quieran llamarse son el cada vez más difícil de la literatura, el viaje a la semilla, el salto sin red, la pulpa, el no va más de la brevedad.
Y para terminar ya con esta larga presentación, permítaseme una cita: la brevedad, como decían los clásicos, es la madre del ingenio.