Por diferentes delitos, la condenaron a cadena perpetua más noventa y seis años de estricta prisión.Como era joven, los primeros cincuenta los pasó viva. Al principio no faltó quien la visitara; en varias ocasiones concedió ser entrevistada, hasta que dejó de ser noticia. Su rutina sólo se vio interrumpida cuando, durante los últimos años y a pesar de que las autoridades la consideraron siempre una mujer sensata, fue confinada al pabellón de psiquiatría. Ahí aprendió cómo entretenerse sin necesidad de leer ni escribir; acaso ni de pensar. Para entonces ya había prescindido del habla, y no tardó en acostumbrarse a la inmovilidad. Al final parecía dominar el arte de no sentir.
Cuando murió la llevaron, en un ataúd sencillo, a una celda iluminada y con bastante ventilación, donde cumplió buena parte de su condena: a lo largo de este período, el celador en turno rara vez olvidó de llevarle flores, aunque marchitas, obedeciendo la or-den, transmitida de sexenio en sexenio, de mantenerla aislada, si bien no por completo.
Hace poco, debido a razones de espacio, las autoridades decidieron enterrarla; pero, con el fin de no transgredir la ley y de no conceder a esa reo ningún privilegio, acordaron que el tiempo que le faltaba purgar fuera distribuido entre dos o tres presas desconocidas que todavía tenían muchos años por vivir.