Mi cámara es un testigo fiel e impasible de lo que nos rodea.
Mi cámara no llora cuando ve a un niño llorar porque tiene hambre y nada que comer.
Mi cámara no se estremece cuando ve como desembarcan en pateras esos pobres desgraciados que llegan a cualquiera de nuestras playas con bandera azul.
Mi cámara no se asusta cuando llega la policía a desahuciar a una familia sin recursos.
Mi cámara no se imagina lo que sucederá con esas mujeres que, engañadas, acabarán en cualquier prostíbulo.
Mi cámara no sufre cuando ve a indigentes durmiendo en cualquier portal en las gélidas noches de invierno cubiertos por mantas viejas y cartones nuevos.
Mi cámara no se horrorizará cuando presencie la ejecución de cualquier persona por alguien contrario a su religión o sus ideas políticas.
Mi cámara no se sorprenderá de la indiferencia de otros seres (¿humanos?) ante estas situaciones u otras similares.
Mi cámara es mi escudo protector pero yo seguiré apretando el botón del disparador mientras mis dientes rechinan.
Pero mi cámara no es insensible, albergará en su interior todas esas imágenes y me dirá: Hasta aquí llego yo, ahora te toca a ti.