Libertad de expresión |
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Los enemigos de la libertad pueden abusar de todas las libertades, pero en el caso de la expresión el riesgo que plantea el restringir la libertad es ciertamente mayor. Más aún, los beneficios de tolerar la libre expresión superan el daño de abusar de ella. De hecho, el premio Nobel Amartya Sen ha demostrado que la libre expresión incluso ayuda a mitigar catástrofes aparentemente naturales como las hambrunas, ya que revela las maneras como los poderosos explotan a los desvalidos. Como nos lo recuerda la organización de control Transparencia Internacional, en muchos casos la corrupción que se expone es corrupción que se previene.
¿No hay ninguna excepción a esta regla? El ejemplo clásico que viene a la mente es el del hombre que grita "¡Incendio!" en una sala de cine colmada de gente. En el pánico que se generaría, muchas personas podrían resultar heridas o incluso muertas. En la actualidad, nos preocupa la incitación, es decir, usar la libre expresión para provocar violencia. No tengo una idea clara de cuántos líderes islámicos predican el asesinato y la masacre en las mezquitas y ayudan a reclutar hombres bomba en su congregación, pero incluso si son sólo unos cuantos, plantean una pregunta que debe ser respondida. La respuesta se debe plantear cuidadosamente. Para que florezcan sociedades libres, los límites de la libre expresión siempre se deben ampliar, no estrechar. Desde mi punto de vista, la negación del holocausto no se debe prohibir por ley, en contraste con la afirmación de que hay que asesinar a todos los judíos o a cualquiera de ellos. De manera similar, no se deberían prohibir los ataques verbales contra Occidente en las mezquitas, con todo lo ácidos que puedan ser, en contraste con la llamada abierta a unirse a los escuadrones suicidas.
¿Y qué pasa en el caso de la mera alabanza de los mártires muertos al asesinar a otras personas? No es fácil trazar el límite entre la incitación implícita y la explícita, pero insisto en que debería ser más ancho que angosto.
La libertad de expresión es inmensamente preciosa, así como lo son la dignidad y la integridad de los seres humanos. Ambas precisan de ciudadanos activos y alertas que manifiesten lo que no les gusta, en lugar de exigir al Estado que lo prohíba. La incitación directa a la violencia se considera (como debe ser) un abuso inaceptable de la libertad de expresión, pero gran parte de lo que puede causar desacuerdo en el caso de David Irving y el discurso del odio no cabe en dicha categoría. Sus razones equívocas deben ser rechazadas con argumentos, no con policías y prisiones.