Libertad de expresión |
Ante todo, en tanto que escritor estadounidense especializado en temas de política, cultura y asuntos internacionales, me he educado considerando la libertad de expresión como un derecho irrenunciable. También yo me preocupo por las limitaciones a la libertad que se producen en cualquier parte, incluida esa prensa de mi país que se censuró a sí misma durante el fervor patriótico de un Estados Unidos en guerra.Sin embargo, Europa parece alejarse al mismo tiempo de sus propias sensibilidades. Me preocupa el modo en que, en la actual barahúnda europea, la libertad de expresión parece trascender todos los demás valores, incluido el sentido común del actual pensamiento europeo.
Peor aún, la efervescencia de ataques a Mahoma parece servir como pantalla a un impulso antimigratorio más general.
Cuando el periódico danés Jyllands Posten publicó una serie de caricaturas satirizando al profeta Mahoma (entre ellas, una en la que aparecía con una bomba en el turbante), dicha publicación sabía muy bien lo que hacía. Se proponía deliberadamente afirmar el derecho a ejercer una libertad de expresión plena sobre cualquier asunto, sin dejar de lado la blasfemia religiosa, ni el islam. Sin duda, algunos intelectuales europeos sienten frustración porque el tema de las comunidades musulmanas se ha convertido en intocable debido a las exigencias de la corrección política. Y, lo que es peor, ha derivado hacia una violencia y unos crímenes inaceptables. El caso de las caricaturas ha hecho florecer boicots de productos daneses, manifestaciones por todo Oriente Medio y el Sudeste Asiático, gestiones políticas y llamadas de embajadores. Tanto la prensa alemana como la francesa han decidido expresar su solidaridad con la causa danesa volviendo a publicar las caricaturas ofensivas. Todo ello en ejercicio de unos derechos históricos heredados de la Reforma y la Ilustración, que se enfrentaron a la Iglesia y la religión. En realidad, se trata de algo central a la vida europea.
En principio, estoy de acuerdo: debemos ser libres para expresar cualquier punto de vista; no debe haber símbolos ni imágenes fuera de los límites. (Sin embargo, Europa ya marca una línea con las esvásticas y la negación del holocausto.) Y tampoco debe recortarse la libertad para lanzar puyas a las vacas sagradas... en principio. Sin embargo, es algo simplista, rayano en lo malicioso, no reconocer que hay aquí más asuntos en juego que una simple libertad de expresión sin trabas. Nos dirigimos de cabeza a un choque de valores absolutistas en ambos bandos: una Kulturkampf en todo el territorio europeo.
La libertad de expresión nunca ha existido de modo aislado. Todos comprendemos que no nos dedicamos a soltar cualquier idea que se nos ocurra sobre algún tema sensible sin considerar: 1) la urgencia de expresar un pensamiento, 2) la sabiduría de ese pensamiento, 3) el contexto y 4) la consecuencias de dicha expresión. No son necesariamente aspectos legales o constitucionales, pero tienen que ver con el sentido común acerca de la mejor forma de conseguir ciertos objetivos. Las personas honradas pueden diferir. En Estados Unidos, algunas personas quieren criminalizar la quema de la bandera estadounidenses, y a mí no me gustaría encontrarme quemando una bandera el 4 de julio en Texas durante una ceremonia de veteranos.
En los círculos muy laicos de Occidente, la libertad de expresión puede ser el valor más sagrado que tenemos. Para los musulmanes, y para muchas otras personas con profundas creencias religiosas, la conservación de cierto sentido de lo sagrado es una importante prioridad, que se expresa a la perfección con la pregunta: "¿Acaso no hay nada sagrado?". ¿Cómo reconciliar estos dos absolutos?
Las actuales sociedades europeas están obligadas a enfrentarse a las incómodas realidades de la presencia de pueblos y culturas recientes en su seno, una presencia que crea nuevas y difíciles consecuencias económicas, sociales y culturales. Las culturas europeas tradicionales pueden verse amenazadas de modo bastante literal por una inmigración numerosa susceptible de diluir o cambiar el cómodo carácter de lo que antaño fue una cultura más homogénea, una Europa de las patrias.Además, por poderosas razones históricas, a los europeos no les gusta caminar de puntillas por los alrededores de la religión. Los inmigrantes, insistirán los europeos, deben aceptar los valores europeos, incluidos los profundos sentimientos antirreligiosos y el laicismo, si eligen emigrar a Europa de modo voluntario. De acuerdo. Ahora bien, ¿es publicar dibujos que insultan al profeta Mahoma el mejor modo de afirmar esos valores laicos?
¿Piensan de verdad quienes republican esas caricaturas insultantes que se trata de un camino rápido para hacer entender a los inmigrantes musulmanes la posición superior de la cultura europea?
Aunque defendiendo plenamente el derecho a publicar viñetas hirientes para una importante minoría, la mejor pregunta podría ser: ¿debemos hacerlo? Por desgracia, la cuestión adquiere ahora unos tintes casi civilizacionales en un momento en que Occidente se halla en medio de unas operaciones militares sangrientas y muy cargadas de emociones en buena parte del mundo musulmán. Es como gritar "¡Fuego!" en medio de un cine lleno. Los musulmanes se sienten ahora asediados en el mundo musulmán y también en Europa. Ya no se trata sólo de religión: la religión se convierte en símbolo y vehículo de identidad, en búsqueda de reconocimiento y dignidad. ¿Cómo se concilia eso con el espectro hoy reinante de unas culturas europeas que buscan humillar, avergonzar e insultar gratuitamente la cultura de una minoría débil y débilmente arraigada en Europa? Parece como si la cultura imperante quisiera asestar un golpe poderoso e insensible sólo para recordar a los débiles que se tiene el derecho de actuar así.
Los judíos encuentran con toda razón ofensivas las caricaturas de la judeidad que aparecen en la prensa árabe. Ningún blanco en su sano juicio ridiculizaría a Martin Luther King con la cara pintada de negro en una calle de Harlem, ni ridiculizaría a Bolívar ni a la Virgen María en pleno centro de Los Ángeles. Nos burlamos de cualquier cultura minoritaria por nuestra cuenta y riesgo; en especial, cuando esa cultura ya se siente bajo el punto de mira y poco segura psicológicamente de su lugar en Europa o Estados Unidos.
Por último, ¿consideramos que este despliegue de caricaturas mejora de verdad en Oriente Medio el entendimiento de la naturaleza de Occidente y de su amor por la libertad de expresión? ¿No es un poco extraño que toda la prensa europea deba ahora lanzarse a atacar a Mahoma en nombre de un elevado principio? ¿Quién sale ganando de todo esto? ¿Sale fortalecido Occidente por ceder a su ejercicio de la libertad de blasfemia contra una minoría que a los europeos no les gusta ver en Europa de todos modos? Algunos dirán que sí.
Por supuesto, podemos satirizar, incluso insultar a cualquiera: es nuestro derecho inalienable. Ahora bien, ¿no debe también ejercerse cierta sensibilidad cultural, así como cierto juicio político -o sencillamente el puro sentido común-, en estos calamitosos tiempos en que hacemos un alarde gratuito de nuestras libertades? Es mucho lo que está en juego.