Spinoza no dejó
ninguna última voluntad, pero había dado a Rieuwertz, su
amigo y editor en Amsterdam, instrucciones detalladas para la disposición
de sus manuscritos. Rieuwertz fue absolutamente leal, y asimismo valiente
y muy listo. Spinoza murió en los últimos días de
febrero de 1677, pero a finales del mismo año se imprimió
un libro titulado Opera posthuma, del que la Ética constituía
la parte central del volumen. En 1678 empezaron a aparecer traducciones
holandesas y francesas. Rieuwertz, y el grupo de amigos de Spinoza que
lo ayudaron, tuvieron que enfrentarse al ultraje más violento contra
las ideas de Spinoza. Se esperaba la condena de los judíos, del
Vaticano y de los calvinistas, desde luego, pero la reacción fue
más allá. Las autoridades holandesas fueron las primeras
en prohibir el libro, y después lo hicieron otros países
europeos. En varios lugares, entre ellos Holanda, la prohibición
se hizo cumplir con firmeza. Las autoridades inspeccionaban las librerías
y confiscaban los volúmenes que pudieran encontrar. Publicar o vender
el libro era una ofensa y siguió siéndolo mientras hubo curiosidad
por él. Rieuwertz eludió a las autoridades de una manera
magistral, negando una y otra vez tener conocimiento alguno de los originales
ni ninguna responsabilidad en la impresión. Consiguió distribuir
ilegalmente varios libros, en Holanda y en el extranjero, pero no está
claro cuántos exactamente.
Así, las palabras
de Spinoza estaban seguras en muchas bibliotecas privadas de Europa, en
claro desafío a las Iglesias y a las autoridades. En Francia, en
particular, fue muy leído. No hay duda de que los aspectos más
accesibles de la obra (la parte que trataba de la religión organizada
y de su relación con el Estado) eran asimilados, y en muchos rincones
admirados. No obstante, Iglesias y autoridades ganaron en gran parte su
batalla, porque las ideas de Spinoza difícilmente podían
citarse impresas desde una consideración positiva. La amonestación
fue implícita en lugar de legislarse de manera patente, pero de
esta manera produjo resultados incluso mejores. Pocos filósofos
o políticos se atrevían a ponerse de parte de Spinoza, porque
ello hubiera sido provocar el desastre. Apoyar cualquier declaración
con la cita explícita de las argumentaciones de Spinoza o hacer
remontar una idea a sus textos hubiera socavado las probabilidades de que
se escuchara dicha declaración. Spinoza era anatema. Esto se aplicó
en toda Europa durante la mayor parte de los cien años que siguieron
a su muerte. Por el contrario, las referencias negativas eran bien recibidas
y abundantes. En algunos lugares, como fue el caso de Portugal, las menciones
a Spinoza conllevaban un obligado calificativo peyorativo, como "sinvergüenza",
"pestilente", "impío" o "estúpido".