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La memoria no es objetiva, pero puede que tampoco lo sea la realidad, a fin de cuentas lo que existe es la percepción que cada uno tiene de lo que sucedió. Un buen ejemplo es la disparidad de relatos que acontece tras un suceso, como por ejemplo cuando varias personas recuerdan una fiesta familiar, las aventuras en la escuela o un accidente de tráfico. Los jueces tienen práctica en oír declaraciones que a menudo se contradicen, si bien todos los testigos creen decir la verdad de lo acontecido. Cuando recordamos algo tenemos nuestra versión que acostumbra a diferir de las de otras personas que también presenciaron la escena.[...]
Al observar una escena percibimos una pequeña parte de forma consciente que se corresponde a lo que más interesa o emociona a cada uno y que puede ser distinto entre dos o más personas. La parte más importante de la percepción no es consciente, ya que a la memoria llegan imágenes, detalles y palabras en los que no hemos fijado la atención. Al cabo de unas horas la mayoría de estas percepciones se han borrado, queda tan sólo una niebla de recuerdo del que sobresalen algunos aspectos que se vinculan a otras experiencias que ya están en la memoria, se hace así una selección individual del recuerdo a partir de la personalidad, experiencia personal y biografía posterior de cada cual. A esta niebla-recuerdo se añaden los datos memorizados de forma consciente y a su vez puede revestirse el conjunto con sensaciones y fantasías almacenadas en nuestra propia mente.
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Se han realizado experiencias consistentes en mostrar una película a un grupo de personas y luego hacerles preguntas sobre lo que habían visto, en particular sobre un detalle que realmente no se veía en la película e insistiendo en ello. Unos días más tarde se vuelve a pasar el cuestionario y la mitad de los interrogados recuerdan más el detalle falso introducido por el monitor de la experiencia que algunos de los contenidos reales de la película.
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Es muy fácil confundir a alguien sobre los contenidos de una historia antigua que guardamos en la memoria. Los jueces o los historiadores que deben acercarse a la objetividad, tienen un trabajo difícil: han de contrastar versiones muy dispares de un mismo acontecimiento para desentrañar lo que realmente sucedió.