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Tolstoi pone en entredicho que la causa de acontecimientos catastróficos se atribuya a un único individuo simbólico. Un Napoleón, un Hitler, ahora, para nosotros, un Bin Laden, un Saddam Hussein. "A la pregunta de cuál es la causalidad real de los acontecimientos históricos..., el curso del mundo depende de la coincidencia de las voluntades de todos los implicados en los asuntos." El mundo, en 1812, era producto de lo que hicieron sus habitantes, no Napoleón ni Alejandro I, como el nuestro lo es de lo que hemos hecho y hacemos nosotros.La vacuidad de las victorias alcanzadas por medio de la violencia está presente cuando Napoleón se retira de Moscú, y los campesinos rusos llegan del campo y saquean a los suyos; está presente cuando vemos la misma desesperada descomposición moral en Congo, Costa de Marfil, Kosovo, Burundi, todos los meses en algún sitio nuevo.
En un día, murieron en Borodino 80.000 hombres, rusos y franceses. "Napoleón no disparó un tiro ni mató a un solo hombre." No se trata del viejo hecho de que los dirigentes no corren peligro y en cambio se dedican a enviar a las personas corrientes a matar o ser matadas.
Tolstoi insinúa, más allá de la época y las circunstancias cambiantes, la época de los imperios que se convierte en nuestra época de globalización, que en tanto que individuos cargamos con la responsabilidad de nuestro mundo, creador de políticos y dirigentes mesiánicos simbólicos que nos llevan al caos y predicen nuestra corrupción.