En
mi modesta opinión, la desobediencia al mal es un deber tanto como
lo es la obediencia al bien. No obstante, en el pasado, la desobediencia
ha sido expresada, con deliberación, en forma de violencia contra
el perpetrador del mal. Mi cometido es el de demostrar a mis compatriotas
que la desobediencia violenta sólo multiplica el mal y, puesto que
el mal sólo puede sobrevivir gracias a la violencia, negarse a apoyar
al mal requiere el abandono incondicional de la violencia. La no violencia
implica la sumisión voluntaria al castigo por la desobediencia al
mal. Por tanto, estoy aquí para dar la bienvenida y someterme de
buen grado al cumplimiento de la pena más alta que pueda serme infligida
por lo que según la ley es un delito deliberado y por lo que a mí
me parece el deber civil supremo. Lo único que pueden hacer, señoría
y señores asesores, es o bien dimitir de su cargo y así distanciarse
del mal si sienten que la justicia que deben administrar es un mal y que
en realidad soy inocente, o bien infligirme la pena más severa si
creen que el sistema y la ley que consienten en administrar es buena para
las personas de este país y que mi actividad es, por tanto, perjudicial
para el bien común.