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Imaginemos que vamos conduciendo orgullosos nuestro coche nuevo, un caro todoterreno, por un descampado y vemos un niño herido y sangrando. La reacción más inmediata es parar el vehículo y ayudar a ese niño. Y posiblemente montarlo en el coche y llevarlo a un hospital. Y aun ante la posibilidad de que la tapicería se manchara de sangre y nadie además indemnizara el daño, lo más altamente probable es que, ante esa situación, la mayoría de la gente llevara al niño al hospital. Eso se debe, básicamente, a que existe una fuerza interna, un código emocional caliente, que arranca y motiva a las personas a actuar de esa manera altruista. Consideraríamos inmoral actuar de otra manera.Frente a esto, todos sabemos que cientos de miles de niños mueren todos los años en el mundo en circunstancias muy parecidas, o por hambre o infecciones, y que podríamos ayudar a paliar esta situación con un donativo. Y ante ello, ¿cuál es nuestra reacción? Lo más probable es que no demos este donativo. Y además no pensamos que sea inmoral no hacerlo. De hecho consideraremos simplemente que se trata de una elección libre, sin mayores consecuencias o implicaciones morales. ¿A qué se debe esto? Pues se debe a que aquellos códigos emocionales calientes que se activaron ante el niño herido delante de nosotros no se activan ahora. En el primer caso, la activación de códigos calientes está relacionada con la necesidad imperiosa y básica de relación humana cercana y el sentido de supervivencia individual. "Yo le ayudo ahora... él me ayuda después". Esos códigos emocionales han sido grabados a sangre y fuego en el cerebro a lo largo de, al menos, dos millones de años, debido a que hemos vivido en pequeños grupos de relación estrecha e inmediata. La supervivencia del individuo y de la especie ha dependido de ellos muy férreamente. Sin embargo, en el caso de niños o personas que mueren en otros continentes se activan otros códigos cerebrales, más cognitivos, más fríos y que carecen de ese sentido inmediato de llamada que mueve a la acción. Por ello ignoramos las peticiones de las gentes más pobres que viven en países alejados, no porque no tenga una connotación moral, sino porque, dada la forma en que están construidos nuestros cerebros, no se encienden nuestras teclas emocionales.
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