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La música en los campos
Xavier Antich
. La Vanguardia (Culturas), 14-3-2007 (fragmento)
La realidad fue ésta: la música acompañó a millones de deportados, prácticamente desde su vida como ciudadanos libres hasta los campos de exterminio. Como escribió Pascal Quignard: "Hay que oír esto temblando: los cuerpos desnudos ingresaban en las cámaras de gas inmersos en música". Y esta realidad (...) es, sin duda, el episodio histórico más escalofriante de las relaciones entre música y horror de la cultura europea. Un episodio ciertamente complejo y, por otra parte, atravesado por algunas luces y muchas sombras. Porque la música sirvió en algunos casos como publicidad exterior de las supuestas 'bondades' del régimen y, en otros, para adocenar, intimidar y narcotizar a millones de presos, pero también, hay que reconocerlo, para que algunos deportados pudieran mantenerse con dignidad en el universo concentracionario nazi, cuyo primer objetivo era la destrucción radical de toda presencia de humanidad. Ahí radica buena parte de una paradoja todavía hoy esencial y de algunas cuestiones lacerantes.

Los testimonios publicados de la vida en los campos, desde Levi, Semprún, Delbo o Millu, hasta los de Jacques Stroumsa, Anita Lasker-Wallfisch o Simon Laks, que fueron, respectivamente, violinista, violoncelista y director de orquesta en Auschwitz-Birkenau, ya habían permitido conocer la perversa maquinaria nazi a la hora de planificar la vida musical en los campos de concentración y exterminio. La música recibía a los deportados en forma de bienvenida, organizaba las entradas y salidas de los campos para realizar trabajos forzados, acompañaba las horas sin actividad determinada o incluso algunas ejecuciones públicas, todo ello casi siempre a cargo de diferentes orquestas de presos que convertían la vida concentracionaria en una farsa 'cultural' perfectamente planificada. Empezamos ahora a adivinar qué músicas se escuchaban ahí y con qué intenciones. Y la verdad: da miedo.

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