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El Gobierno alemán, desde su posición pseudodarwinista de la supervivencia de una raza aria superior creada con personas elegidas, tenía claro que todos aquellos que poseían altos grados de minusvalía, defectos o enfermedades genéticas no merecían la vida; en este sentido, precisamente al iniciarse la guerra se aceleró el programa de eutanasia T4. El Estado creó equipos médicos especializados que visitaron clínicas, hospitales y sanatorios de todo el país, donde debían decidir, junto a los médicos de los propios pacientes, quiénes iban a ser enviados a las seis instalaciones con cámaras de gas que se establecieron: Bernburg, Brandenburgo, Grafeneck, Hadamar, Hartheim y Sonnenstein. La mayoría de las víctimas fueron exterminadas en estos centros, mal llamados 'sanitarios', en el interior de cámaras herméticas y asfixiadas con monóxido de carbono. La opinión pública no tardó en hacerse eco de las protestas de muchos familiares y la indignación popular por la forma de proceder del Gobierno obligó a poner fin a los exterminios centralizados, aunque empezaron a implantarse directamente inyecciones letales a los pacientes seleccionados. El programa de eutanasia prosiguió a lo largo de todo el conflicto mundial y fue a partir de 1942 cuando muchos de aquellos asesores médicos y técnicos que habían participado en él tendrían un papel muy destacado a la hora de dirigir el establecimiento y el funcionamiento de los campos de exterminio que permitirán el Holocausto.