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La decisión del Parlamento alemán de reconocer como genocidio a la masacre sufrida por la población armenia del viejo Imperio Otomano ha vuelto a poner sobre la mesa este polémico asunto 101 años después de que ocurriera. No obstante, a pesar de que Turquía se niega a definirlo como tal, nadie duda del atroz sufrimiento que padecieron cientos de miles de armenios cristianos durante aquellos años salvajes.Incluso el propio presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha mostrado más de una vez su pesar por las penurias que sufrieron los armenios. De hecho, ha llegado a calificar de «inhumanas» las deportaciones masivas que el Gobierno otomano comenzó a poner en práctica en abril de 1915.
Una gran parte de los historiadores coloca la cifra de muertos entre 800.000 y 1,5 millones. El contexto no podía ser más convulso. El Imperio Otomano se desmoronaba por su participación, junto a Alemania, en la Primera Guerra Mundial. Mientras los británicos golpeaban en el oeste, el Imperio Ruso avanzaba por el Cáucaso. El Gobierno otomano temía que las poblaciones cristianas asentadas dentro de su territorio se aliaran con el ejército zarista, así que decidió deportar a toda la población armenia presente en el este de la actual Turquía. Pero las deportaciones se convirtieron en marchas de la muerte, tanto por las extremas condiciones que tuvieron que atravesar como por los ataques armados que sufrieron. Milicias kurdas también participaron en aquellas matanzas. Además, el Estado otomano confiscó muchas de las viviendas y propiedades que los armenios «abandonaron».
Hoy en día las autoridades turcas justifican la decisión y señalan la necesidad de llevar a cabo dichas deportaciones en mitad de una guerra tan sangrienta en la que también murieron miles de musulmanes.
La masacre de 1909
Para los armenios, en cambio, fue un plan programado con el único objetivo de exterminar a su población. Esta fue la masacre más salvaje que sufrieron los armenios, pero no la primera. En 1909, en la provincia de Adana, en el sur de la península anatólica, alrededor de 20.000 armenios fueron asesinados después de que estallara un brote de violencia étnica.
Aunque las cifras son motivo de discusión entre los académicos, se estima que cerca de dos millones de armenios vivían dentro de las fronteras del entonces Imperio Otomano. 100 años después, en la República turca, tan solo quedan alrededor de 50.000. La mayoría reside en Estambul, lejos de las poblaciones orientales en las que habitaban antes de la masacre.
Durante los últimos años, la comunidad armenia ha visto cómo el tabú sobre la masacre perpetrada contra sus antepasados se ha ido relajando en la actual sociedad turca. Hoy en día hay quienes incluso piden abiertamente que el Estado lo reconozca como genocidio, algo impensable durante todo el siglo XX. Sin embargo, reacciones institucionales airadas como la realizada tras la decisión del Parlamento alemán demuestran que la herida no se ha cerrado del todo.
Genocidio o no, el sufrimiento extremo que cientos de miles de personas experimentaron en el este de Anatolia, en la zona cercana a la frontera con Siria e Irak, no se olvida. Eso no quiere decir que se haya aprendido algo. La zona apenas ha conocido la paz en estos últimos 100 años y hoy continúa padeciendo matanzas y hambrunas. En Siria, con su guerra civil; en Irak, con el Daesh y la violencia sectaria; mientras que en el sudeste de Turquía, con la guerra entre el ejército y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).