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En el verano siguiente a su golpe de Estado de octubre de 1917, la Revolución bolchevique se asomaba al abismo. Su control de la inmensa Rusia era muy limitado: frentes militares abiertos por "ejércitos blancos" en el Don, Ucrania, y a lo largo de la ruta del Transiberiano; presencia de numerosas fuerzas extranjeras; más 140 revueltas de campesinos desesperados; tribus musulmanas del Cáucaso y Asia central en pie de guerra.Lenin redactó, en agosto, diversos telegramas con los que ordenaba sofocar las revueltas mediante fusilamientos masivos de combatientes y sus familiares, requisas, campos de concentración, tomas de rehenes… El día 30 se produjeron dos atentados contra Lenin y el jefe de la policía secreta de Petrogrado. Inmediatamente, Pravda, anunció lo inevitable, incitando al exterminio de "contrarrevolucionarios", "guardias blancos" y "parásitos sociales".
El 5 de septiembre, el gobierno soviético emitió el decreto denominado "Sobre el terror rojo", institucionalizándolo con rango estatal. No se conoce con exactitud el número de ejecuciones que ocasionó, pero se calcula que, en los dos meses siguientes, superaría las 15.000. Únicamente fue la primera oleada, sucediéndose las "hambrunas" provocadas en Ucrania (Holodomor) y antiguos territorios cosacos, la "deskulakización", diversos ciclos represivos de la década siguiente, el "gran terror" desatado por Stalin que aniquiló a la "vieja guardia bolchevique", los gulags.
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Terrorismo clandestino y terror estatal, pese a su dispar dimensión cuantitativa y táctica, están unidos por una misma lógica: la eliminación, por cualquier medio, de todo aquel que sea percibido como enemigo. Fue Hannah Arendt quien advirtió en "Los orígenes del totalitarismo" que "si la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria".
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