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Cuando Francia era cómplice de los nazis
Eusebio Val
. La Vanguardia, 16/7/2022 (fragmentos)
A Rachel Jedinak, que tenía ocho años, su madre jamás le había dado una bofetada. Aquel día sí, y muy fuerte. La niña no quería obedecer la orden tajante de intentar huir del velódromo por una puerta de socorro. Finalmente Rachel y su hermana sí lo hicieron. Tuvieron suerte porque los dos policías franceses giraron la cabeza, simulando que no las veían. La pequeñas vagaron luego por las calles de París y encontraron refugio en casa de los abuelos. Nunca más volverían a ver a su madre. "Mucho después comprendí que aquella bofetada me había salvado la vida", explicó Rachel, con un nudo en la garganta, en un excelente documental emitido (...) por el canal público France 3.

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Fue el 16 y 17 de julio de 1942. La policía francesa, dependiente del régimen colaboracionista de Vichy, cumplió con celo la voluntad de los ocupantes alemanes de efectuar una detención masiva de judíos. Acabaron siendo más de 13.000, en su mayoría mujeres y niños. Los agentes iban casa por casa en busca de judíos ya registrados. La redada se inició a las cuatro de la madrugada del 16 de julio y continuó al día siguiente.

Los supervivientes entrevistados por France 3 explicaron la incredulidad de sus padres, hasta el último momento, un fenómeno muy común entre las víctimas de la Shoah. Veían imposible que en el país de Zola y de Rousseau, de los derechos del hombre y de Voltaire, se los pudiera arrestar sin motivo y destruir sus vidas. Algunos policías hicieron la vista gorda y les permitieron huir, pero fue la excepción. Lo mismo ocurrió con los conserjes de los edificios. Hubo casos de solidaridad, pero muchos de complicidad total con los autores de la redada.

El Vel d’Hiv, un moderno edificio a pocos centenares de metros de la torre Eiffel, derribado después de la guerra, fue el principal centro de internamiento provisional de las familias, en unas condiciones dantescas. Los alemanes, al principio, no querían incluir a los menores de 16 años en la deportación, pero el primer ministro del gobierno de Vichy, Pierre Laval, insistió en no separarlos de sus padres, por una "cuestión humanitaria". Pese a todo, algunos se salvaron. Entre quienes fueron enviados a Auschwitz, la inmensa mayoría, solo unos centenares regresaron. Después de Vel d’Hiv, en agosto de 1942, hubo otras redadas masivas en el sur de Francia. Hasta una semana antes de la liberación de París, en agosto de 1944, se seguía deportando a judíos desde el campo de tránsito de Drancy, en la periferia norte de la capital.

Durante más de cincuenta años, las autoridades francesas se negaron a admitir la culpabilidad del Estado. Uno de los obstinados hasta el final fue François Mitterrand, presidente durante 14 años. El líder socialista, un icono de la izquierda europea, consideraba que la República Francesa no podía excusarse de un crimen que no cometió, pues se trataba del régimen de Vichy, bajo el mariscal Pétain y la tutela de los nazis. Personaje ambiguo y de pasado muy turbio, Mitterrand fue, por cierto, amigo personal, durante toda su vida, del jefe de policía de Vichy, René Bousquet.

Hubo de ser un presidente de derechas, Jacques Chirac, quien, en 1995, hiciera por fin el mea culpa y restableciera la justicia histórica. "Francia, patria de las Luces y de los derechos del hombre, tierra de acogida y de asilo, Francia, ese día, cometió lo irreparable, faltando a su palabra, y entregó a sus protegidos a sus verdugos", dijo Chirac. Todos los presidentes posteriores -Sarkozy, Hollande y Macron- han seguido la misma línea.

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A Macron le preocupa no solo la lacra persistente del antisemitismo, con ataques periódicos, sino "un nuevo tipo de revisionismo histórico" de personajes como Éric Zemmour, candidato ultra en las últimas presidenciales, que sostienen que el régimen de Vichy salvó a muchos judíos franceses. Ese argumento recurrente de que solo se deportaba a judíos extranjeros es miserable y falaz. Muchos de ellos, aunque originarios de familias venidas del este de Europa, habían vivido toda su vida en Francia y sus hijos eran franceses de nacimiento. Esa distinción de nacionalidad que hacen quienes relativizan la complicidad francesa en la Shoah es un argumento que añade aún más vergüenza a la vergüenza.