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La mujer (apuntes para un libro)
Severo Catalina
(1832-1871. "La mujer": 1857)
Librería y Casa Editorial Hernando. Madrid, 1946  (p. 73, 203, 204, 306, 317, 338, 339, 341)
La ciencia de la mujer se parece mucho al patriotismo y al desinterés; muchos hablan de ella y pocos la poseen: esa ciencia no es, como todas las otras, un sistema de verdades más o menos perfecto: es por sí sola el sistema de todas las verdades y de todas las mentiras: es la afirmación de las afirmaciones; la negación de las negaciones; la síntesis de las síntesis.

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Un viudo que se casa nos parece casi siempre un hombre cuerdo.
Una viuda que se casa nos parece casi siempre una mujer loca.
Para el alma apasionada de una mujer de talento la viudez no es sino una ausencia más o menos prolongada. Las almas que en la tierra fueron una deben esperar también serlo en el cielo.
La viuda que se casa deja viuda el alma de su marido.
Cuando se encuentre en otra vida más feliz, el marido la hallará unida a otro hombre.
Es de ordinario loca la viuda que pasa a segundo matrimonio, porque si fué feliz en el primero, debe su corazón y su existencia a la fidelidad, al sentimiento y a los recuerdos; si fué  desgraciada, tenga en cuenta, porque es casi un axioma, que no hay segunda parte buena.

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La viudez, decorosamente mantenida, es el estado más respetable de cuantos pueden constituir la vida de la mujer.

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Adviértase, además, que las mujeres, a pesar de toda la frivolidad que quiera suponérseles, oyen con gran interés y creen con facilidad las palabras de un hombre de talento.

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Las que pedís sabiduría para vuestro sexo, reparad en lo que pedís; figuraos un matrimonio en que el marido resuelve problemas de matemáticas y la mujer estudia las categorías de Aristóteles; o más bien, figuraos los hijos de ese matrimonio.
Dejad que el hombre, organizado física e intelectualmente para el trabajo, cumpla en la tierra su misión: vuestras manos son muy delicadas; la vivacidad de vuestro rostro y la tersura de vuestra frente peligran en el frío clima de la abstracción metafísica.
Dadas las condiciones de la actual sociedad, no es preciso que la mujer sea sabia: basta con que sea discreta; no es preciso que brille como filósofa: le basta con brillar por su humildad como hija, por su pudor como soltera, por su ternura como esposa, por su abnegación como madre, por su delicadeza y religiosidad como mujer.

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La gran instrucción suele no hacer felices a las mujeres; la buena educación las guía a la felicidad.
La gran instrucción mal dirigida puede arrastrarlas al desvanecimiento y a la duda; la buena educación las enseña a ser humildes y a creer.
La gran instrucción extraviada puede ocasionarles hastío y tristeza; la buena educación las enseña a resignarse y a esperar.
La gran instrucción profana puede precipitarlas en el egoísmo y la desconfianza; la buena educación las enseña a ser tolerantes y a amar.
Creer, esperar y amar: las tres preciosas virtudes, sin las cuales la educación no se concibe, y es falsa la instrucción.
Una mujer que no cree, es muy difícil que sea buena esposa, es casi imposible que sea buena madre.
Una mujer que no espera, es una planta seca y sombría en medio de la sociedad.
Una mujer que no ama, que no se compadece, que no siente, debe reputarse como el baldón y el oprobio de su sexo.
No preguntemos si es feliz a la que no puede ser buena madre y buena esposa.
No pidamos aroma y belleza a la planta seca y sombría que se alza en medio de la soledad.
No busquemos dicha en donde residen el oprobio y el baldón.
La buena educación, esto es, la educación verdaderamente cristiana, dulcifica las horas de la mujer, no en una edad determinadla, sino en todas las edades de la vida.

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No pueden ser felices las mujeres fuera de la educación cristiana, que es la única que impone como deberes, pero deberes muy altos, la obediencia, la esperanza en Dios y el amor puro y santo.

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Hay quien opina que todo el que escribe o habla acerca de las mujeres debe reservare el derecho de arrepentirse mañana de lo que hoy escribe o habla.
El autor de estos APUNTES renuncia solemnemente a ese derecho.
Ha consignado lo que estima verdad, y de la verdad, no cabe arrepentimiento.

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