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"Kwei-lan, hija mía, estás en vísperas de casarte con el hombre a quien fuiste prometida antes de haber nacido. Su padre y el tuyo se querían como hermanos, y juraron unirse por medio de sus hijos. En aquella época tu prometido no tenía más que seis años; entonces naciste tú. Así fuiste destinada, y con ese fin te hemos educado."Tu matrimonio ocupó siempre mis pensamientos durante los diecisiete años de tu vida. Todo lo que te he enseñado lo hice teniendo presente a la madre de tu marido y a él. Pensando en su madre te enseñé a preparar y servir el té a una señora de edad; cómo se debe comportar una en su presencia, cómo se escucha en silencio cuando habla una anciana, tanto si es para criticar como para alabar. Siempre y en todo te he instruido en la necesidad de someterte como una flor se somete a la lluvia y a sol. Pensando en tu marido te enseñé cómo debes ataviarte, cómo se le habla con los ojos y la expresión, pero sin palabras, como... Pero eso lo comprenderás por ti misma cuando llegue el momento de quedarte a solas con él.
"Así, pues, creo que estás bien educada en todos los deberes de noble dama. Sabes cómo se preparan los dulces y los guisos aptos para excitar el apetito de tu marido, haciéndole reflexionar en lo mucho que vales. No olvides nunca lisonjearle con la ingeniosa preparación de comidas.
"En cuanto a la urbanidad y etiqueta de la vida aristocrática (cómo debes presentarte y despedirte de tus superiores; cómo has de hablarles; cómo tienes que entrar en la silla de mano, saludar a la madre de tu marido en presencia de extraños) son cosas que ya conoces. La conducta del ama de casa, el matiz de sus sonrisas, el arte de adornar sus cabellos con flores y joyas, la pintura de los labios y las uñas, el empleo de los perfumes, la perspicacia en la elección del calzado... i Ay de mí, cuántas lágrimas me han costado tus pies! Pero, que yo sepa, ninguna muchacha de tu generación puede enorgullecerse de tenerlos tan pequeños. A tu edad, los míos eran un poco más minúsculos; y si tengo una esperanza es que los Li habrán tomado en cuenta mis recomendaciones, vendando más estrechamente los pies de su hija, la prometida de tu hermano. Pero te confieso que tengo miedo. Según me han dicho, la hija está versada en la ciencia de los Cuatro Libros; y en las mujeres, la instrucción ha ido siempre en detrimento de su belleza."[...]
"Durante toda mi infancia, mamá había vigilado personalmente la cotidiana inmersión en agua casi hirviendo y el inmediato vendaje, cada vez más apretado. Al quejarme de dolor ella no de jaba de recordarme que un día mi marido alabaría la belleza de mis pies.
Incliné la cabeza para ocultar las lágrimas. Pensé en las numerosas noches de insomnio, en los días en que la fuerza del dolor me impedía comer y jugar, en las horas pasadas, sentada al borde de la cama, moviendo los pies para aligerarlos del peso de la sangre."