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Hace 60 años nacía en el sur de África un régimen odioso y criminal que segregó y discriminó a la mayoría de sus gentes por el color de la piel.La República Surafricana llevó una vida tranquila hasta que se independizaron los países africanos 15 años más tarde. La oposición de éstos no sería determinante porque la lucha no nació de Occidente y, durante cierto tiempo, fue una baza de la guerra fría en manos de la Unión Soviética. En los años 70, finalmente, Europa y los Estados Unidos se sumaron a esta causa y aceleraron la caída del apartheid surafricano.
He recordado lo anterior porque en decenas de países existe un diferente, pero igualmente odioso, apartheid que somete al 50% de su población a la discriminación, a la segregación, a los malos tratos, a la tortura y a la muerte.
Mujeres asesinadas en Turquía y Oriente Próximo o lapidadas hasta la muerte en Nigeria e Irán por una infidelidad matrimonial, por acercarse a un hombre o por haber sido violadas y mancillado así el honor familiar. Niñas que sufren la mutilación sin anestesia de sus órganos genitales para mantener una tradición generalizada en África subsahariana, en partes de Oriente Próximo y, menos extendida, en países de Asia y del Norte de África. Jóvenes a las que les desfiguran la cara con productos químicos en Bangladesh o Afganistán si no aceptan una sumisión absoluta. Seres abortados en el vientre de sus madres o asesinados nada más nacer en China por haber venido al mundo con el sexo equivocado. Personas que sufren discriminación jurídica desde Casablanca hasta el Pacífico o explotación permanente desde Asia central hasta el Golfo de Guinea.
¿Sabíamos todo esto? ¿Preferimos no saberlo?
¿Dónde están las denuncias de este odioso apartheid? ¿Cuándo las manifestaciones de protesta ante las embajadas? ¿Cuántas condenas y sanciones de organismos internacionales? Ni siquiera el feminismo occidental se siente concernido. Amnistía Internacional levanta acta y poco más...
Es cierto que la situación en el resto del mundo dista de ser perfecta, pero no hay comparación posible.
Siendo así, ¿por qué la humanidad se movilizó contra el apartheid racial y no lo hace contra un apartheid sexual aún más cruel y violento?
Los problemas del Tíbet o de la secta Falun Gong en China acaparan las portadas de todo el mundo. La detención de tres disidentes en La Habana llena las páginas de los periódicos en Estados Unidos, Europa o Iberoamérica. El homicidio de una mujer en España a manos de supareja causa conmoción, aunque las autoridades apliquen con rigor una ley represora de la violencia contra la mujer. Y está bien que lo anterior sea como es, pero ¿qué ocurre cuando llegan noticias de crímenes de honor en Turquía o Palestina?
¿Quién se ha enterado de que hace unos meses cinco mujeres en Pakistán fueron torturadas, mutiladas y enterradas vivas en una fosa común? ¿Cuál fue su pecado? Tres de ellas, hermanas, pretendieron casarse con los hombres que amaban. Las otras dos, madre y tía, les apoyaron.
Lo publicó Le Monde el 26 de septiembre de 2008, pero no nos hemos dado por enterados de este crimen de "salvajismo inédito" perpetrado con la complicidad de las autoridades locales y regionales. Apenas hubo reacción alguna.
Asistimos impasibles cada año a millones de torturas y mutilaciones infantiles.
Este apartheid va acompañado de su particular telón de acero. La ocultación de los hechos, de la realidad discriminadora y criminal, comienza en la familia y en la colectividad con la complicidad de las autoridades locales.
La ley del silencio sigue actuando en los escalones superiores de manera que rara vez la noticia traspasa las fronteras y salta a los medios internacionales. Cuando llega, cae en la indiferencia y, acto seguido, en el olvido.
"¡Son tradiciones multiseculares y continuaré defendiéndolas!". Esta soflama podía haberla soltado un líder afrikáner en un mitin en Johannesburgo en los años 80 para defender el apartheid apoyándose en una tradición multisecular por la que europeos y árabes esclavizaron a millones de africanos.
Puedo imaginarme el escándalo y la indignación que habría inflamado, con razón, a toda la humanidad biempensante. De hecho, éstas son las palabras de un diputado paquistaní en un debate parlamentario y pasaron prácticamente desapercibidas.
A veces surge una causa célebre que moviliza a la opinión pública internacional como la de aquella pobre mujer nigeriana condenada por un Tribunal Islámico a ser lapidada por haber sido violada y tenido un hijo como consecuencia.
Entretanto, silencio y olvido. Hay en el mundo 135 millones de mujeres que fueron torturadas y mutiladas en su infancia. Cada día 3.500 mujeres de menos de 15 años son obligadas a casarse. Son sólo dos ejemplos de una realidad cubierta por un tupido velo.
Unos apoyan el crimen: "son tradiciones multiseculares...". Otros miramos de soslayo.
Sí, es cierto. Existe un horrible apartheid y está oculto por un tenebroso telón de acero tejido de complicidades e indiferencias.
¿Cuándo gritaremos que todas las mujeres de la tierra merecen el mismo trato legal y social? ¿Cuándo, en consecuencia, nos movilizaremos en contra de tan odioso apartheid?