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La prostitución es un fleco mafioso fuera de control en España; muchas mujeres son secuestradas, violadas y vendidas como objetos
Policía y Guardia Civil sienten impotencia a la hora de investigar las redes de explotación de mujeres que inundan España. Tanto es así que se da la paradoja de que un asunto relativo al crimen organizado se aborda con frecuencia por la vía de la inspección laboral. Proxenetas profesionales controlan a muchas de las decenas de miles de mujeres que se supone ejercen la prostitución en nuestro país y que generan un negocio cifrado en 50 millones de euros diarios.Pero nadie ha sabido decir cuál es el porcentaje de mujeres que la practican libremente y cuántas son las forzadas. Las denuncias procedentes de prostitutas corresponden únicamente al 1% de los casos, pero ese dato no sirve de indicativo para conocer el alcance de la esclavitud sexual en España. Sin embargo, hay una circunstancia que apunta hacia la peor de las hipótesis: según las pocas chicas que se han atrevido a denunciar, los proxenetas ganan más dinero con las secuestradas que con las libres. "Con las voluntarias tienen que repartir dinero, mientras que con las esclavizadas no", resumió para La Vanguardia una denunciante, secuestrada y vendida por una red del Este europeo.
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Un ejemplo de ello lo constituyen las chicas que pueden verse solitarias a lo largo de las carreteras españolas. Los agentes han comprobado que estas mujeres - en el caso de Catalunya, mayoritariamente rusas- son depositadas, una a una, por unos hombres que las llevan hasta su puesto de trabajo en furgoneta. Luego, durante la jornada,un controlador pasea en coche contando el número de servicios que hacen y vigilando que no escapen. Terminado el día, los de la furgoneta las recogen, y ellas entregan la recaudación a sus protectores.Luego las llevan a un chalet o una casa donde viven juntas bajo vigilancia. Cada vez que los agentes abordan a las chicas fingiendo ser clientes, la respuesta que reciben es que están allí porque quieren, que nadie las explota, que están de paso (llevan visado de turista válido para tres meses) y que no están trabajando. Cuando les preguntan de qué viven, responden: "De la ayuda que me dan mis amigos". Pero hay más. Durante las campañas emprendidas para tratar de pillar en falso a los proxenetas, los agentes paran sistemáticamente a las mencionadas furgonetas y comprueban la documentación. Siempre está en regla. Y, cuando han preguntado a sus ocupantes, todos ellos se han limitado a indicar que son un grupo de amigos. De nada ha servido ofrecer protección a las chicas.
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La captación de las esclavizadas se suele producir en países como Rumanía, Moldavia, Eslovenia, Rusia o Ecuador, por citar uno del otro lado del Atlántico, en cuya prensa los traficantes insertan anuncios ofreciendo trabajos en el exterior. Las chicas acuden atraídas. Hay que comprender la idiosincrasia de esos países para entender que no sospechen el engaño. En esos lugares, conseguir un visado es muy difícil, al tiempo que impera la creencia de que sus instituciones son corruptas. Por eso, los herederos de la Unión Soviética confían en grupos clandestinos que ayudan a salir del país y les entregan el pasaporte para que les pongan un visado por el que pagan 3.000 euros. A estos reclamos se presentan todo tipo de personas, que encuentran en ellos la única forma de entrar en el espacio europeo.
Es decir, visto desde su óptica, es fácil caer en la trampa. Entonces, la joven guapa y confiada aceptará salir de su país clandestinamente y será secuestrada. A partír de ahí, la amenazarán con mutilarla y matar a su familia, la violarán para someterla, la vejarán, le pegarán, la encerrarán un tiempo para amedrentarla aún más, la proveerán de un pasaporte falso, la traerán a España por carretera en estado de shock y la depositarán, una vez vendida por unos 6.000 euros de promedio, en cualquier club de carretera que ella será incapaz de situar en el mapa. Nunca se atreverá a denunciar, y si es detenida, la expulsarán.