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El cerebro tiene sexo. Eso parecen apuntar los últimos datos científicos. Y si el cerebro es distinto, resultará cada vez más difícil negar las diferencias entre mujeres y hombres. Yo le sugiero al lector que, antes de profundizar conjuntamente sobre este tema, que afecta a más de tres mil millones de personas -asumiendo que la otra mitad de la población mundial se quedara impasible a raíz del descubrimiento- recordemos algo fundamental.No es posible analizar el cerebro de los seis mil millones; o sea que tenemos que trabajar con datos experimentales promediados. No podemos decir nada sobre los casos individuales, porque una persona concreta puede ser típica o atípica para su sexo. Como recuerda siempre el genetista Leroi: "Todos somos mutantes, pero unos más que otros". Y al propio Karl Marx le gustaba apostillar: "Lo que es verdad de una clase, puede no serlo de un individuo".
La teoría clásica radicaba la diferencia en el lenguaje -mejor en el promedio de mujeres- y en la habilidad espacial -mejor en los hombres-. Pero hay investigaciones que dan un paso más allá y encuentran un componente biológico, incluso genético, que hace que el cerebro tenga un sexo específico.
Una palabra clave aquí es la empatía, esa capacidad de reconocer las emociones y los pensamientos de otra persona, pero también de responder emocionalmente a los pensamientos y sentimientos de esa persona. La empatía es algo de lo que ambos sexos son capaces. Pero cuando se realizan pruebas, hay indicios de que las mujeres tienen un interés y un impulso mayor hacia la empatía.
Otra diferencia psicológica estriba en la sistematización, ese impulso de analizar un sistema: mecánico como un ordenador; natural como el clima; abstracto como las matemáticas o la música; o, incluso, un sistema que se pueda coleccionar, como una biblioteca o una colección filatélica. Un sistema tiene normas, y se puede esclarecer mediante la comprensión de esas leyes. Parece que a los hombres les interesan más los sistemas y su funcionamiento, como cuando abren el capó del coche para entender las distintas piezas del motor y cómo se relacionan entre sí.
La empatía implica pensar en las emociones y responder a las emociones de los demás. Las personas son sistemas, pero sistemas mucho más complejos y menos predecibles que los objetos inanimados. No salimos muy bien parados en este promedio los hombres.
El consenso científico en torno a la diferencia entre mujeres y hombres se inclina por una interacción entre la cultura y la biología. Sería absurdo negar el impacto cultural, pero tampoco debe olvidarse lo innato. De hecho, los científicos han encontrado pruebas de que las diferencias están presentes desde el nacimiento del bebé. Veinticuatro horas después del parto -cuando no ha habido tiempo para que impacte la cultura-, ya se han encontrado respuestas distintas a ciertos estímulos. Si se les colocaba en el campo de visión una cara humana y un móvil mecánico, la mayoría de los niños varones optaba por fijar la atención en el móvil, mientras que las niñas tendían a mirar la cara.
Incluso pueden rastrearse estas diferencias en el periodo anterior al nacimiento. Analizando la cantidad de testosterona, hormona masculina por excelencia, en el líquido amniótico del feto, los científicos han visto que los fetos con niveles particularmente altos de esta hormona dan lugar a niños que, al año y medio de nacer, tienen menos habilidades sociales. En cambio, los que tienen niveles bajos desarrollan mejor el lenguaje y la comunicación, favoreciendo la empatía, característica más femenina.
Nuestra biología no sólo nos otorga un físico diferente, sino también un cerebro distinto.