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Derechos de las mujeres
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Prostitución liberticida


Andrés Montero Gómez.
La Vanguardia, 8-2-2006
La libertad de las prostitutas para elegir es ficticia y no es más que otra forma de esclavitud

La libertad de una prostituta, de la inmensa mayoría de las mujeres abocadas a la prostitución, es una libertad vigilada. La libertad de las prostitutas para decidir es una libertad ficticia, una libertad imaginada por nosotros para legitimar lo que no es sino otra forma de esclavitud. La prostitución es un negocio de la delincuencia organizada transnacional. Habitualmente, cuando se considera la prostitución, concentramos la atención en la mujer que es objeto de servicio sexual o en el hombre que lo demanda. Ambos focos son equivocados, por parciales. Desde luego que el elemento generador de la prostitución reside en la cultura patriarcal, que entiende el sexo como la cosificación de la mujer para servir la necesidad genital del hombre. La cultura masculina entiende el sexo como una eyaculación, esencialmente. Sin embargo, desde una perspectiva funcional, es la delincuencia organizada el elemento que tener en cuenta en enfoques para abolir la prostitución, pues es el crimen organizado el que estructura y gestiona el tráfico de mujeres para la explotación sexual.

Al observar la prostitución y su clientela en Barcelona nuestro juicio la valora como un problema local. No lo es. La mercantilización de servicios sexuales es un negocio adscrito como pocos a las dinámicas de la globalización. Piensa globalmente y actúa localmente: extorsiona y trafica con mujeres de Latinoamérica o Rusia, y las coloca en negocios de ocio -próximamente legalizados, eso sí- en Barcelona o Alicante.

Una de las estrategias de prevención de la delincuencia organizada es la reducción de oportunidades al crimen. Pues bien, los enfoques reglamentistas de la prostitución contradicen los esfuerzos preventivos sobre la delincuencia y, a la larga, son un factor de inseguridad. Legalizar la prostitución es una puerta de entrada no sólo para la delincuencia organizada, sino para el asentamiento y consolidación de redes criminales. Reglamentar el negocio del sexo proporciona una vía excelente de infiltración de grupos criminales organizados en el sector servicios, legítimo, de la ciudadanía. El sueño para una mafia global, criminal pero con criterio empresarial.

Los enfoques reglamentistas, que parten del supuesto de que la mujer que ejerza la prostitución presentará por delante el pasaporte en vigor, ignoran que las redes de delincuencia organizada pueden extorsionar, con perfecta técnica de tortura, a una mujer a la que previamente han ayudado a obtener el visado. Todo para explotarla, sin problema, según la legislación vigente.

Además, la reglamentación de la prostitución es nociva para las víctimas explotadas. En el porcentaje más amplio, la prostitución es un sistema de compraventa de esclavas en donde el producto es una mujer. El ser humano a quien se extorsiona, con quien se trafica y posteriormente mercantiliza, incluso con pasaporte en vigor, queda despersonalizado. La identidad de la mayoría de las mujeres traficadas y obligadas a abrir su cuerpo a compradores anónimos está fragmentada. Tienen que dejar de ser ellas, de sentirse ellas, disociar su cuerpo de su mente para resistir el trauma de una violación diaria de su ser.