Ejecuciones extrajudiciales, "desapariciones" |
Al día siguiente, el Antoliano encontró el cadáver en las Revueltas y cuando se presentó con él en la casa, al Rabino Chico, que apenas era un muchacho, aunque con dos vértebras coxígeas de más, se le cerró la boca y no había manera de hacerle comer. Don Ursinos, el médico de Torrecillórigo, dijo que el mal era nervioso y que le pasaría. Y cuando le pasó, el Rabino Chico se llegó donde don Zósimo, el Curón, y le dijo: "¿No es la cruz la señal del cristiano, señor cura?" "Así es" --respondió el Curón. Y agregó el Rabino Chico: "¿ Y no dijo Cristo: Amaos los unos a los otros?" "Así es" --respondió el Curón. El Rabino Chico cabeceó levemente. Dijo: "Entonces, ¿por qué ese hombre de la cruz ha matado a mi padre?" La desbordada humanidad de don Zósimo, el Curón, parecía reducirse ante el problema. Se ajustó automáticamente el bonete antes de hablar: "Escucha --dijo al fin--, mi primo Paco Merino era párroco de Roldana, en el otro lado, hasta anteayer. ¿Y sabes cómo ha dejado de serlo" "No" --dijo el Rabino Chico. "Pues atiende --añadió el Curón--: le amarraron a un- poste, le cortaron la parte con un gillete y se la echaron a los gatos delante de él. ¿Qué te parece?" El Rabino Chico cabeceaba, pero dijo: "Los otros no son cristianos, señor Cura". Don Zósimo entrelazó los dedos y dijo pacientemente: "Mira, Chico, cuando a dos hermanos, sean cristianos o no, se les pone una venda en los ojos, pelean entre sí con más encarnizamiento que dos extraños". Y el Rabino Chico dijo por todo comentario: "¡Ah!"