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Abdaha había huido medio año antes de la guerra de su país en Darfur (Sudán) con el sueño de encontrar la paz en Europa, pero tras atravesar el norte de Chad y entrar en Libia empezó su calvario. Unos milicianos armados detuvieron el coche en el que viajaba y secuestraron a todos los migrantes. Ahora Abdaha tiene una cicatriz fresca en la cabeza –un bastonazo por picar lento– y otras muchas que no se ven. "La noche que huí, no pensaba en los demás; mataban a quien intentaba escapar y exponían el cadáver en la mina para evitar más huidas, así que sólo quería sobrevivir; pero ahora sí pienso en los que están allí. Me pone triste". Según Abdaha, en aquella mina al este de Sabha, en el sur de Libia, trabajaban –trabajan, también hoy– más de 200 esclavos sudaneses, chadianos, cameruneses y nigerianos. "Algunos llevaban dos años allí y les habían pegado tanto que habían enloquecido".
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Maborok Noon-Deng-Noon, de 55 años, sabe hasta su precio. Al segundo día de llegar a Sabha, unos tipos con AK-47 le cerraron el paso en la calle y lo metieron en un garaje donde había hacinadas 70 personas. "Días después vino un hombre a hablar con los guardias, escuché cómo negociaban por un lote de ocho sudaneses por 360 dinares por cabeza". 220 euros el esclavo.
Una docena de entrevistados para este reportaje denunciaron que civiles libios compran esclavos a las milicias para que trabajen en sus granjas, cultivos o casas sin pagarles salario, donde son maltratados y malviven en condiciones higiénicas deplorables.
El desgobierno tras la caída del régimen de Muamar Gadafi en el 2011, con cientos de milicias disputándose las sobras del país, ha convertido Libia en el paraíso de los traficantes de personas. Aunque antes hubo otras rutas migratorias muy transitadas por Mauritania y Marruecos, el mayor control de las vías del oeste africano, unido a la ausencia de ley en Libia, han convertido la ruta central, vía Níger y Libia hasta Italia, en el itinerario principal hacia Europa. Desde el año 2014, 500.000 personas han llegado a costas italianas por este camino, el que más muertes provoca en África. El mercadeo de esclavos suma peligro a una ruta central que ya cuenta con las trampas mortales del Sáhara y el Mediterráneo: alrededor de 15.000 personas han muerto en el mar en cuatro años.
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Desde hace meses, las historias de esclavitud y explotación recorren todos los rincones de Agadez. También llegan a los "guetos", casas clandestinas donde los migrantes esperan la señal del passeur o traficante para salir hacia Libia. Detrás del aeropuerto, al final de una calle de arena con casas bajas de adobe, llamamos a una puerta oxidada y la abre un chico de pelo pincho. Dentro, en una habitación sin ventanas ni muebles, hay una docena de jóvenes de Senegal, Gambia, Togo, Camerún, Costa de Marfil y Guinea tumbados en esterillas. Ninguno duda de ir a Libia. El marfileño Binaté Bemssi, de 17 años, se incorpora al preguntar si conoce los peligros. "¡No me creo nada! ¿Esclavitud y secuestros? A algunos les pasa, pero otros lo consiguen. La OIM y los políticos exageran para dar miedo y ganar dinero". Los demás asienten. Lo quieren intentar. Lo van a intentar.
Al rato Bemssi se
calma, se sienta en un bidón de agua amarillo y se pierde en sus
pensamientos. Justo detrás de él, en la pared sucia alguien
ha escrito una frase con un trozo de carbón: "Europe ou rien". Europa
o nada.