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La anécdota seguramente sea apócrifa, pero sirve para indicar sin exageración alguna la fama y el impacto que había provocado en la sociedad norteamericana un libro firmado por la señora en cuestión: Harriet Beecher Stowe. Su título era La cabaña del tío Tom y el próximo miércoles se cumplen 150 años de su publicación.
Ciertamente, con una venta de más de 10.000 ejemplares durante la primera semana posterior a su publicación, la novela estaba destinada a convertirse en el libro de más éxito del siglo XIX con la única excepción de la Biblia.
Y es que, en buena medida, aquel libro y su autora representaban un producto paradigmático de la cultura evangélica norteamericana.H. B. Stowe había nacido el 14 de junio de 1811 en Litchfield, en el estado de Connecticut, en el seno de la familia de un pastor congregacionalista llamado Lyman Beecher.
El reverendo Beecher compendiaba en su persona el ardor evangelizador con la actividad social. Por eso en 1820, cuando se discutía si Misuri debía entrar en la Unión como estado esclavo o libre, el reverendo Beecher abrazó la segunda opinión y comenzó a predicar desde su púlpito sermones abiertamente antiesclavistas. Se identificaba así con una tradición protestante que iba desde los cuáqueros de George Fox a los metodistas de John Wesley.
El pastor Beecher tuvo 11 hijos que compartieron su fe evangélica y su compromiso social. De hecho, algunos llegaron a alcanzar cierta notoriedad por su entrega a diversas obras de beneficencia.
Su hija Catharine, por ejemplo, fundó diversas escuelas dedicadas a instruir a las mujeres, preteridas en buena medida de los esfuerzos educativos. Otra hija llamada Isabella se convirtió en una convencida activista del sufragio femenino. Pero entre todas ellas era Harriet la llamada a tener más fama.
En apariencia, la vida de Harriet no correspondería al retrato contemporáneo tipo de una mujer emancipada. Madre de siete hijos, nunca dejó de ser un ama de casa abnegada que procuraba que todas las cosas estuvieran en su punto y a su tiempo. Es más, nunca pareció sentirse a disgusto en absoluto con esa forma de vida ni se recató de señalar que las tareas más elevadas a las que podía aspirar una mujer eran las de ser una piadosa esposa y madre. Lo cual no quería decir que esas circunstancias tuvieran que reducirla a la inmovilidad social.
Tras casarse con el pastor Calvin Stowe, la familia se trasladó a Cincinnati, al suroeste del estado de Ohio, donde nacieron sus siete hijos y donde Harriet tuvo su primer conocimiento de la esclavitud.
Cincinnati se encontraba situada entre los estados sureños, donde la esclavitud era legal, y los norteños, donde estaba prohibida.Por ello era un enclave privilegiado para las actividades del Ferrocarril Subterráneo, una organización clandestina fundada por los cuáqueros que ayudó a varios miles de esclavos a escapar de sus amos y a llegar al Norte, donde podían vivir en libertad.
Seguramente, el Ferrocarril Subterráneo nunca amenazó la existencia de la esclavitud. Pero algunos de sus protagonistas, como el cuáquero Levi Coffin, provocaban las iras más encendidas de los nacionalistas sureños.
Las historias y testimonios de esclavos fugados, por tanto, eran algo cotidiano en Cincinnati. Una noche, la señora Rankin, una amiga de Harriet, fue testigo de cómo una pobre esclava huida intentaba llegar al territorio libre saltando sobre los témpanos de hielo que flotaban en la superficie de un río. El suceso conmovió profundamente a Harriet y acabaría convertido en uno de los episodios más famosos de La cabaña del tío Tom.
El detonante para su redacción, sin embargo, fue la Ley del Esclavo Fugitivo, promulgada en 1850 por las presiones de los nacionalistas sureños. Su texto permitía reclamar a los esclavos fugados incluso después de que éstos hubieran llegado a los estados libres del Norte.
OBRA DE DENUNCIA
Aquel mismo año,
los Stowe se habían mudado a la ciudad norteña de Brunswick,
en el estado de Maine, y Harriet decidió denunciar los males por
los que pasaban los alrededor de tres millones de esclavos que se estima
que existína entonces ante una sociedad que pensaba que, a fin de
cuentas, se trataba de un problema que sólo afectaba a los estados
del Sur.
Fue así como Harriet Beecher Stowe entregó al Dr. Bailey, el director del National Era, una publicación antiesclavista, los primeros capítulos de La cabaña del tío Tom. Bailey gustó del material y ofreció pagar a Harriet 300 dólares por 40 entregas que se extenderían de 1850 a 1851.
El argumento que provocó un entusiasmo inmediato entre los lectores era sencillo. Un anciano negro llamado Tom era vendido por su amo de Kentucky a Augustine St. Clair, un propietario de Nueva Orleans, para saldar deudas. St. Clair es un amo compasivo y tanto él como su hija Eva se comportan bien con Tom.
Sin embargo, la situación cambia drásticamente cuando St. Clair y Eva fallecen y todos sus esclavos son vendidos para satisfacer a sus acreedores. Tom pasa a formar parte del patrimonio de Simon Legree, un plantador de algodón que lo trata con crueldad y que acaba matándolo a latigazos justo antes de que pueda ser recomprado por el hijo de su primer amo.
En paralelo a la peripecia de Tom, la novela presenta algunos personajes secundarios que sirven para dar una panorámica más completa de la esclavitud. Posiblemente el más llamativo sea Eliza, que consigue escapar de la esclavitud.
La obra, en buena lógica, debería haber pasado casi inadvertida, porque el medio que la publicaba era muy minoritario, pero la conmoción que ocasionó en sus primeros lectores llegó a tal grado que muy pronto los ejemplares usados del National Era se convirtieron en un verdadero objeto de la codicia de los lectores.
Cuando en 1851 concluyó la publicación de la novela, un editor de Boston llamado J. P. Jewett se ofreció a editarla bajo forma de libro en dos volúmenes. Fue así como vio la luz en marzo de 1852.
El éxito resultó entonces verdaderamente sensacional. No sólo en EEUU. La obra saltó a Europa y Asia, convirtiéndose en un extraordinario best-seller en más de 60 idiomas. En 1857, las ventas ya habían sobrepasado el medio millón de ejemplares considerando sólo los vendidos legalmente. La cifra de copias pirata resulta incalculable incluso hoy en día.
A pesar de ello, Harriet Beecher Stowe sólo cobró los derechos de autor de las ediciones estadounidenses. Y tampoco percibió un céntimo de los Tomitudes, objetos que, supuestamente, se inspiraban en personajes y episodios de la novela.
Se trataba sólo del inicio. Pronto aquel libro que nunca estaría descatalogado fue objeto de una adaptación teatral que vieron millones de personas. Buena parte de la población de EEUU fue consciente a través de ella del sufrimiento inherente a una institución que separaba a los maridos de las mujeres y a los hijos de los padres para venderlos como si fueran animales y someterlos a un maltrato que incluía el uso frecuente del látigo.
Por supuesto, los nacionalistas sureños reaccionaron ferozmente.En los años siguientes se acusó a Harriet Beecher Stowe de no haber viajado nunca al Sur, de desconocer de primera mano la situación de los esclavos e incluso de adolecer de una gazmoñería pietista.
ANÉCDOTAS
REALES
La verdad era que
la obra en su conjunto es acentuadamente equilibrada y rehúye el
presentar a todos los propietarios de esclavos como a monstruos reconociendo
incluso que entre ellos podía haber gentes bondadosas. Pero no por
ello dejaba de mostrar que la esclavitud era una vergüenza moral que
abocaba a terribles abusos psicológicos, físicos y sexuales.
Por otra parte, buena parte de las anécdotas recogidas en la novela tenía una base real en las experiencias de esclavos que la autora había conocido personalmente o que había escuchado de colaboradores del Ferrocarril Subterráneo.
El éxito y el eco de la obra fueron innegables. Sin embargo, aquellos años no resultaron fáciles para Harriet Beecher Stowe.A la tragedia de la Guerra Civil que estalló en 1861 cuando los nacionalistas sureños decidieron independizarse para conservar sus privilegios sin excluir la esclavitud se sumaron las muertes de cuatro de sus hijos y el pesar por lo que consideró lentitud de Lincoln para decretar la emancipación de los esclavos.
A pesar de ello, la escritora no dejó de trabajar incansablemente.Entre 1862 y 1884 Harriet escribió un libro por año aproximadamente con un éxito más que regular.
Después de su muerte, en 1896, vendrían las críticas a La cabaña del tío Tom, en ocasiones muy duras. En primer lugar se censuró su carácter acentuadamente cristiano que llegaba al punto de convertir al tío Tom en mártir que perdona a su asesino. Si tal énfasis había obtenido gran apoyo en 1852, a finales del siglo XIX los personajes y el tono de la novela eran tachados de insoportablemente santurrones.
Curiosamente, fueron los activistas negros de los años 60 del siglo XX los que se volvieron con más aspereza contra el clásico que tanto había hecho por extender la causa de la emancipación.Para colectivos como los Panteras Negras o los Musulmanes Negros, los personajes de la obra padecían una resignación insufrible en lugar de armarse para combatir la opresión.
En algunos círculos la expresión Tío Tom se convirtió en un grave insulto referido a los que no tenían agallas para enfrentarse con la discriminación racial y las injusticias. Lo políticamente correcto oscurecía así el análisis histórico de una obra que, en su tiempo, había resultado decisiva en la ayuda a la liberación de los esclavos. La Historia tiene, no pocas veces, estas absurdas paradojas.