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No sé si aconsejar su lectura, a tenor de la dificultad que he tenido de leerlo sin llorar, y perdonen la confesión. Las reflexiones de Malala Yousufzai que publicó en su blog con sólo 11 años, y que ahora recobran una fuerza extraordinaria, son una crónica brutal que no puede dejar indiferente a nadie con alma. En ella contaba una historia cotidiana que, sin embargo, se convirtió en una épica inigualable: la lucha de una niña por poder ir a la escuela. Explicaba que escondía su uniforme bajo la ropa de calle, que soñaba por las noches que iban a matarla, que la habían amenazado, se imaginaba escondida en algún rincón mientras sonaban los disparos, y cuando conseguía algún libro, lo protegía de miradas ajenas como si fuera un tesoro. A sus 11 años se convirtió en la heroína de las niñas que querían estudiar en el valle de Swat, una de las zonas de Pakistán con fuerte dominio integrista y donde los talibanes han quemado escuelas, han envenenado el agua y han matado a profesores para impedir cualquier educación femenina. Malala fue su grito, su fuerza, su persistencia, en la lucha entre ese mal genuino y el bien más puro, y ha conseguido vencer al miedo y a la muerte durante estos últimos tres años. Esta semana, sin embargo, un hombre la abordó en la escuela, en la ciudad de Migora, donde vive, le disparó dos tiros, uno de ellos en la cabeza, y la dejó al borde de la muerte. Las últimas noticias son esperanzadoras y quizás, si los dioses del amor están atentos, Malala consiga sobrevivir. Tiene catorce años.En este punto me quedo sin palabras, a pesar de que algunas de ellas se amontonan en el cerebro, prestas a llenar esta columna con las ideas más gruesas del diccionario. Pero, ¿de qué serviría? Siempre que hablo de estos temas, y alzo la voz en favor de estas niñas y mujeres que se juegan la vida por lo básico, por respirar, por amar, por leer un libro, simplemente por vivir, tengo la impresión de que se acoge con una gran indiferencia. A nadie le preocupa demasiado, como si fuera normal que hubiera monstruos asesinos que utilizaran a los dioses para matar a niñas, como si fuera normal que les quemaran las escuelas, que las envenenaran, que las violaran... Como si asesinar a las flores fuera normal en la tierra de los seres humanos. Pero lo es, y víctima a víctima, hemos ido acostumbrándonos a estos bestias, a su ideología de muerte, a su mirada totalitaria, a su odio misógino. Y como no sabemos qué hacer, y además todo lo del islamismo radical nos da un miedo atroz, alargamos nuestro cuello de avestruz, cavamos un hondo agujero y metemos nuestra conciencia en él, no fuera caso que los malos nos vieran el pescuezo. Pero no, algunos alzamos la voz, algunos decimos que no tenemos miedo, algunos miramos de frente a estos asesinos y les escupimos nuestro desprecio. Porque no vencerán a Malala matándola. La vencerán si callamos su lucha.