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Para ellas, llueve sobre mojado. Niñas y adolescentes de países en desarrollo sufren desigualdad respecto a sus coetáneos varones. Sus parientes privilegian la alimentación y educación de los niños, debido a arraigados prejuicios sobre las mujeres y a erradas convicciones socioeconómicas. Por eso, la pobreza infantil castiga más a las pequeñas que a los pequeños. Ahora, además, la crisis económica internacional se ha abatido sobre ellas y sus empobrecidas familias, tanto en el campo como en la ciudad, con dos consecuencias devastadoras para su futuro: el abandono escolar y los matrimonios precoces."En países como Filipinas y Kenia, las niñas están dejando la escuela para dedicarse a tareas domésticas y que sus madres puedan trabajar; eso no les ocurre a sus hermanos varones", resume desde Tel Aviv por teléfono Keshet Bachan, coordinadora del informe anual Porque soy una niña, de la oenegé internacional Plan. Cada vez más, en países en desarrollo a las chiquillas les toca cocinar, ir a buscar agua -tarea que en el campo puede suponer caminar largas distancias hasta la fuente, y en la ciudad horas de cola ante el caño-, cuidar de sus hermanos pequeños, y si hay sida o malaria en la familia, atender a los enfermos. No pocas veces quienes cargan con tal responsabilidad son niñas de ocho años.
"Cuando hay crisis financiera y económica, las mujeres y las niñas son quienes más la sufren -arguye Valeria Méndez de Vigo, responsable de Estudios de la oenegé jesuita Entreculturas-, porque los presupuestos tienden a ajustarse y afectan siempre a servicios sociales básicos, como la sanidad y la educación". El recorte se produce a dos niveles: los países pobres recortan, y los países ricos reducen también su ayuda al desarrollo. Ejemplo: en el periodo 2008-2012, España ha reducido a la mitad la ayuda oficial al desarrollo, y se estima que este año será de sólo el 0,23% de la riqueza anual del país, según un informe de las oenegés Entreculturas, Alboan y Etea. "En el mundo en desarrollo, estos recortes en cooperación se traducen con claridad en escuelas que no se van a construir, en vacunas que no se van a poner, en docentes que no se van a formar, y en niños, pero sobre todo niñas, que no irán a la escuela, y si iban, la abandonarán", recita Méndez.
Un caso concreto, que detalla por correo electrónico desde Costa de Marfil la economista Christiane Kadjo, que coordina la oenegé Education et Developpement, dedicada a la formación femenina: "Las chicas y las mujeres en mi país afrontan: analfabetismo; falta de medios financieros para proseguir sus estudios e ir a la universidad, o para emprender proyectos para ellas y sus familias; falta de representatividad en las instancias de decisión a todos los niveles debido a un nivel intelectual insuficiente; el difícil acceso a la cobertura sanitaria; y el trato discriminatorio respecto a los hombres tanto en zonas rurales como en grandes ciudades, en educación, empleo, política... Y esto va a empeorar por la crisis".
La otra lacra que la crisis económica está multiplicando en el caso de las niñas son los matrimonios a temprana edad, un fenómeno al alza en países africanos como Liberia, Kenia, Etiopía o Ghana, pero también en lugares de Asia. "Hace poco estuve en un pueblo en Kenia, y no vi niñas; todas las féminas eran menores de cinco años o mujeres mayores de 30 -evoca Keshet Bachan, de la oenegé Plan-. Pregunté qué sucedía, y me respondieron que las habían enviado a casarse a tribus del sur, o a Nairobi a trabajar en el servicio doméstico". Los peligros en la gran ciudad para una chiquilla de catorce años poco cualificada en busca de un trabajo decente son grandes; es factible acabar de prostituta en la calle. Incluso el servicio doméstico -a priori considerado seguro- suele ser fuente de abusos, tanto por maltrato y explotación como por agresiones sexuales. En cuanto al matrimonio temprano y los embarazos precoces, son una desgracia para las adolescentes. Según un estudio en India, las que se casan más tarde sufren menos maltrato y gozan de mejor salud.
En cambio, casarse y tener hijos demasiado pronto las aparta de la escuela. "Las niñas sufren una situación de desigualdad de partida en el ámbito educativo", recuerda Valeria Méndez, de Entreculturas. Las estadísticas que maneja esta oenegé indican que de los 67 millones de menores sin escolarizar en primaria en el mundo, el 53% son niñas, es decir, 35 millones de niñas no van a clase. El reciente informe de la ONU sobre la marcha de los objetivos de desarrollo del Milenio -fijados para el 2015- habla de 61 millones de niños sin ir a la escuela primaria en el 2010, aunque hay avances en la paridad de sexos en primaria. Pero alerta de que persiste el desequilibrio en secundaria. Según dicho informe, en el 2010 en el África subsahariana iban al instituto sólo 82 chicas por cada 100 chicos.
Por ese motivo, el informe anual Porque soy una niña, de la oenegé Plan, que será presentado en septiembre, está dedicado a la educación de las niñas. "Una persona necesita pasar al menos nueve años en la escuela para que lo aprendido pueda tener algún rendimiento económico -calculan en Plan-, por lo que la educación primaria no es suficiente; es necesario haber cursado al menos la primera parte de la educación secundaria". Pero la educación secundaria es aún territorio masculino. Cuando las niñas alcanzan la pubertad, dejan la escuela. "Sus progenitores no lo consideran una inversión que valga la pena", lamenta Keshet Bachan.
Todo son obstáculos para que ellas se eduquen, lo cual también se agudiza con la crisis: están los conflictos armados y están los entornos hostiles o peligrosos. Las niñas más mayorcitas corren el riesgo de ser violadas camino de la escuela. "Hay clara conexión entre pobreza e inseguridad", tercia Bachan, que pinta un desolador paisaje de suburbio urbano poblado por "hombres desempleados ociosos por las calles, bandas de jóvenes sin nada que hacer en zonas oscuras e inseguras, sin alumbrado eléctrico".
Al final, las circunstancias impulsan a familias pobres a retirar a sus hijas de la escuela, "a veces con gran dolor", señala Valeria Méndez. Dan así prioridad a los hijos varones, que serán fuerza laboral, mientras que las hijas irán a otra familia al casarse. Así, las niñas en países en desarrollo tienen más probabilidad de sufrir malnutrición, de morir antes de los cinco años y de ser obligadas a casarse en la adolescencia. Pero -terrible paradoja- cuando gozan de las mismas oportunidades que los niños, son más proclives a reinvertir lo que ganan en el hogar, con lo que sus familias se benefician y sus hijos crecen más sanos. Toda la comunidad progresa, niños y hombres también. Muchos economistas coinciden en que las niñas son clave para reducir la pobreza en el mundo.