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 La Declaración Universal de los Derechos humanos
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Sobre el aborto
Jodi l. Jacobson
. The Global Polítics of Abortion. Worldwatch Paper 97, 1990 (publicado por el Centre Unesco de Catalunya, 1991)
Pocas personas pueden afirmar que son indiferentes al tema del aborto. No obstando, las pasiones que desencadena su estrategia son tan intensas que se presta  poca atención a su realidad a nivel demográfico y social.

A grandes rasgos, los índices de aborto siguen las presiones culturales y económicas sobre el número de hijos de la familia en una sociedad determinada, junto con la correlación de leyes y estrategia que determinan el acceso a la planificación familiar.

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La controversia sobre el aborto a menudo se presenta como un conflicto entre puntos de vista enfrentados a nivel de blanco o negro, con prácticamente todos quienes intervienen firmemente atrincherados en uno u otro lado, o  de forma absoluta contra el derecho a escoger esta opción o bien totalmente a favor. De todas maneras, el intríngulis de la moralidad social tiene pinceladas de todos los colores. La desazón social ante el aborto a menudo lleva emparejada la idea que este se debería considerar como un "mal menor" y un añadido necesario a la salud pública y a la libertad de decisión de la mujer.

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El primer mito y el más arraigado es aquel que considera que hay unanimidad teológica con respecto al derecho de una mujer a interrumpir un embarazo no deseado. De hecho, las doctrinas religiosas han sido interpretadas de forma diferente en diferentes periodos de la historia y por parte de varios teólogos.

Es igual que la religión en cuestión sea la católica, el Islam o el judaísmo: las pruebas históricas demuestran una diversidad de opinión y práctica en cuanto al aborto provocado. Los primeros cristianos condenaban el aborto, pero no contemplaban la interrupción de un embarazo como aborto antes de la "animificación", la definición del inicio de la vida dentro del útero. Entonces se identificaba la animificación con la "aceleración", que en general se consideraba que tenía lugar hacia final del primer trimestre. Si bien en el año 1869 el Papa Pio IX eliminó las distinciones entre fetos "conformado y no conformado", lo cual llevó a la "excomunión por razón de aborto" incluso en el caso de salvar la vida de la mujer, el aborto terapéutico bajo indicaciones médicas no fue condenado de forma explícita o pública por las autoridades católicas romanas hasta 1895. Hoy en día, la ley canónica católica asigna la misma importancia a la vida del embrión que a la de la madre desde el momento de la concepción.

No hay ninguna otra religión de gran alcance que mantenga una postura coherente o unificada sobre el tema. La ley islámica, por ejemplo, permite el aborto hasta el cuarto mes del embarazo, aunque pocos países musulmanes fundamentalistas garantizan este derecho a la mujer. En el seno del judaísmo, las sectas ortodoxa y hasídica prohíben el aborto, y en cambio no lo prohíben las ramas reformistas y conservadora.

Pese a las doctrinas estrictas, las mujeres de cualquier creencia han desafiado el dogma confiando en el aborto como medio de interrumpir el embarazo no deseado. El aborto ilegal se ha extendido ampliamente, por ejemplo, a lo largo de toda el América Latina, profundamente católica, y en los EE.UU. un 32% de los abortos corresponde a mujeres católicas.

El segundo mito es que las leyes que lo penalizan eliminarán el aborto, lo cual comporta la justificación subyacente para la cruzada moderna de la prohibición de este procedimiento. Pero, ¿por qué hace falta centrarse en la prohibición del aborto cuando la historia ha demostrado que las leyes no lo pueden hacer desaparecer, que solamente lo pueden convertir en una intervención más o menos fiable a nivel sanitario y más o menos cara?

Por mucho que lo hayan intentado, nunca ningún gobierno no ha hecho una legislación que hiciera desaparecer el aborto. La estrategia de Ceaucescu hacía prácticamente imposible la interrupción del embarazo no deseado. Había prohibido los anticonceptivos. Una rama especial de la policía secreta, la Securitate -que tenía el mote de "policía del embarazo"- supervisaba mensualmente las revisiones de las mujeres trabajadoras. Se hacía un seguimiento de las mujeres embarazadas, se establecía una vigilancia sobre las mujeres casadas que no quedaban embarazadas, y existía un impuesto especial que se aplicaba a los jóvenes de más de 25 años que no estaban casados y a las parejas que no tenían hijos y no podían demostrar a nivel médico la infertilidad. Ninguna rumana de menos de 45 años y que no tuviera más de 5 hijos no podía conseguir un aborto legal. Pese a esta reglamentación, los índices de aborto y de mortalidad relacionada con este subieron de forma vertiginosa.

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Hoy en día, los derechos de la reproducción están en pugna con otra imagen sagrada: el feto. No hay discusión sobre el hecho que la mujer embarazada lleva dentro un organismo con el potencial de convertirse en persona, excepto si se produce el aborto. El que entra en tema de discusión es el hecho que un blastocisto unicelular, un embrión de dos semanas, un feto de 10 semanas o un feto de 20 semanas, todos tengan los mismos "derechos" de un niño que ya ha nacido, y que estos derechos predominen ante las decisiones sobre la reproducción de la mujer que lleva en su interior esta persona en potencia. No hay unidad cultural ni teológica sobre el tema de estos derechos.

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No hace falta ni leer entre lineas las revistas y publicaciones de las organizaciones que trabajan para prohibir el aborto para ver que estos mismos grupos se oponen a los métodos modernos anticonceptivos que sirven por evitar embarazos no deseados. Según el Padre Paul Marx, presidente del HLI, la utilización de píldoras anticonceptivas y el DIU representa claramente aplicar un método de "aborto silencioso", y constituye "la causa básica del actual caos moral".