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El Ejército abre fuego contra civiles y monjes, que prometen continuar con las protestas pacíficas
La junta militar contestó ayer la gran pregunta de los pasados días. Sí. Está dispuesta a repetir la sangrienta represión de hace 20 años. Sus soldados dispararon por primera vez a las masas que protestaban en Rangún y causaron al menos cuatro muertos. El enfrentamiento es ya abierto entre militares y monjes, las dos grandes fuerzas que vertebran el empobrecido país asiático. Las amenazas de los primeros y la promesa de los segundos a no rendirse hacen temer un desenlace trágico.La cifra de muertos no está clara, aunque la mayoría de agencias señalaba ayer que eran cuatro: tres monjes y un civil, según fuentes hospitalarias recogidas por Reuters. Prohibida la entrada a la prensa extranjera y cortadas casi por completo las comunicaciones por móvil o internet, los medios reciben en Tailandia u Oslo las informaciones a menudo contradictorias de testigos y disidentes. Hay coincidencia en que decenas de miles de ciudadanos arroparon de nuevo a los monjes de la revuelta azafrán, como se la conoce por el color de sus túnicas.
La policía cargó contra unos 700 manifestantes en los aledaños de la pagoda de Chuedagon, golpeando a civiles y monjes sin distinción. A partir de entonces, los militares disolvieron las concentraciones con gases lacrimógenos, porras y disparos al aire. Según testigos recogidos por una radio, abrieron fuego contra unos 200 monjes y miles de civiles que marchaban a la pagoda de Sule. La muchedumbre se disolvió al anochecer, mientras el Ejército peinaba las calles para asegurar el toque de queda. Hubo al menos 200 detenidos y un centenar de heridos. También se supo que la líder opositora Aung San Suu Kyi, en arresto domiciliario desde el 2003, fue trasladada a una prisión el domingo.
La Junta decidió pasar a la acción tras su pasividad durante la primera semana de protestas pacíficas, nacidas por la subida del precio de los combustibles y espoleadas por las palizas que recibieron varios monjes. Soldados y policías fueron movilizados y se amenazó con tres años de cárcel a los que observen las protestas y con 10 a los que participen. Se confiaba, sin embargo, en que el Gobierno no se atrevería a reprender violentamente la protesta, como hizo hace 20 años, cuando mató a 3.000 manifestantes.
El optimismo se basaba en el respeto absoluto a los monjes por parte de la población, un 90% de la cual es budista, y en las crecientes advertencias internacionales, favorecidas por el seguimiento que permiten las nuevas tecnologías. En 1988 pasaron varios días hasta que se conoció la masacre perpetrada, tal vez la peor de los 45 años del régimen.
Ayer creció el coro internacional contra el autista régimen, que acumula décadas de sanciones económicas. El Consejo de Seguridad de la ONU fue convocado con carácter urgente. Pero, tras la reunión, el organismo sólo instó a la junta militar de Birmania a ejercer la "contención" en sus actos violentos contra la población civil. China, con su veto, impidió la condena de la dictadura.