Toma algo de pan, los vegetales del jardín
y luego vete.
No volveremos, nunca otra vez.
No veremos nuestra ciudad, nunca otra vez.
Toma las cartas, todas ellas, hasta el último pedazo de malas noticias.
No volveremos a ver la tienda de la esquina,
nunca otra vez.
No volveremos a beber de aquel pozo seco, nunca otra vez.
No volveremos a ver caras familiares, nunca otra vez.
Somos refugiados. Correremos toda la noche.
Correremos a través de campos de girasol.
Correremos de los perros, dormiremos con las vacas.
Juntaremos el agua con nuestras manos desnudas,
esperaremos sentados en campos, fastidiando a los dragones de la guerra.
No volverás, los amigos no volverán.
No habrá cocinas humeantes, ni trabajos normales.
No habrá luces de ensueño en los pueblos dormidos,
ni valles verdes, ni páramos suburbanos.
El sol será una mancha en la ventana
de un tren barato,
apurándose entre fosas de cólera cubiertas de cal.
Habrá sangre en los tacos de las mujeres,
guardias cansados en fronteras de nieve,
un cartero de bolsas vacías, acribillado,
un cura de sonrisa triste colgado de las costillas,
el silencio de un cementerio, el ruido de un puesto de comando,
listas de muertos sin editar
desde hace tanto, que no habrá tiempo
de buscar en ellas nuestro propio nombre