(Los pechos locos en el balanceo,
el vientre dibujado,
la falda a medio muslo de dulzura.)
La miraban y hablaban y tocaban.
Ella, entre risas, respondía.
Uno le dijo que hasta el fin del mundo,
otro acercó su boca a su mejilla
y se llevó una lanza de perfume.
Pero hubo un negro. Se quemó
los ojos
con el sexo evidente de la hembra,
la siguió por la calle,
suplicó. La besó.
(Sucedió en Tejas.)
La mujer gritó, dijo que
aquel hombre
se había propasado, y sollozaba.
Lo arrastraron a un árbol.
La tarde era muy bella y triste
como la paz de un condenado a muerte.
Ya el negro estaba ahorcado,
la lengua fuera y lúcidos los ojos,
grotesco, suspendido de la rama,
moviéndose de un modo diferente
a los pechos absueltos de la hembra.