Que este inenarrable y luctuoso hecho - el gran crimen- no se cubra de olvido.
Llamaré, llamaré
esta noche
a la puerta cerrada de vuestros ensueños,
para que despierten las conciencias ociosas
de su hondo letargo siquiera un momento.
¿No me conocen? ... Yo soy
aquel niño hermoso
que exhausto y semidesnudo
en el desierto de Der-El- Zor se durmió un día
y jamás despertó.
No se horroricen de mi esquelética figura,
nunca fui enterrado,
y asi deambulé
entre los muertos,
siempre con hambre y sediento.
Por la hambruna mi vientre se fue
hinchando
como parte del tambor, tenso y delgado,
y mis piernas, descarnadas,
eran débiles palillos...
Incontables días sin bocado de pan.
Mis ojos solo sangre y muerte vieron;
como una cabra sarnosa comí pasto,
y luego... ni eso.
Los golpes no son lo grave, curar
las heridas de la espalda;
tampoco importa el miedo a la muerte;
lo terrible es ver caer al suelo, hambrientos,
pequeños como yo...
No pido adornos ni abrigos de lana,
los esqueletos se ven siempre desnudos;
mas cuando saquen del horno los panecillos calientes,
acuérdense de mi.
A la puerta de todos los hombres,
llamaré, llamaré con insistencia,
para que nunca falte a ningún niño
su pedazo de pan cada jornada.