Siempre me acordaré del aquel colegio
de hormigón estampado en los 80.
En las paredes, dentro de mi estómago,
hay un recuerdo escrito con pintura
negra. Doña Manía, profesora
de religión, tenía
el demonio metido
dentro. Éramos pequeños y en su clase
solo se adoctrinaba el evangelio
del miedo y la obediencia.
Nos metía la culpa, eclosionaba
en nuestros sueños. Nunca fuimos malos;
no soportaba nuestra libertad.
Con su cara de espectro
y los ojos hundidos, succionados
por su ira. Esta es la carta que te envío,
mojada por la lluvia y la amplitud
del grito. Hace unos años derribaron
el colegio. Me fui con mi mochila.
Doña Manía, ya no hay nadie en clase.