Hallé en la escuela una vara, recia y amarga, no sé si de baladre, como las que llevan los arrieros para tormento de sus pobres asnillos, y en una esquina del día la quemé, y eché al aire sus cenizas...¡Así! ¿No había de poder más el amor?...
Con mansedumbre y caridad, con la tea encendida de mi desvelo, ¿no había de darse el milagro?......Eché al aire sus cenizas, y una alondra vino a cantar en mi mano.