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Historia de la pena de muerte

Pintura y pena de muerte. Galería virtual


La escena más representada de toda la historia del arte es una ejecución. Nos referimos naturalmente a la crucifixión de Jesús de Nazaret. Pintada, dibujada, grabada, esculpida, modelada, su protagonismo en la cultura occidental es absoluto. A pesar de que en las culturas ajenas al cristianismo sea un tema que naturalmente no existe, dentro del conjunto de la obra gráfica y escultórica mundial sigue siendo el tema más representado.

Entre los siglos XIII y XVII, en la Europa cristiana, la representación de los episodios de la vida de Jesús y las escenas de la vida de los santos, con especial atención a sus martirios y ejecuciones, monopolizarán la historia del arte. Giotto, Fra Angelico, Botticelli, Mantegna, Berruguete, Tiziano, El Greco, Caravaggio, Rubens, Rembrandt, Ribera, Velázquez, Murillo... todos los grandes pintores se dedicarán a la temática religiosa, en ocasiones de forma exclusiva.

A partir del siglo XVIII, este protagonismo religioso irá decreciendo progresivamente, hasta convertirse en un hecho residual en el siglo XX. No obstante, su influencia seguirá siendo importante, y muchos pintores, fascinados por el tema, seguirán realizando sus particulares versiones de la crucifixión de Jesús: Dalí, Picasso, Saura... Sin contar, claro está, las innumerables obras de contenido religioso destinadas específicamente a la decoración de los templos, en este caso con obras de variable consistencia artística, en las que la crucifixión (o el martirio de algunos santos) sigue conservando su natural protagonismo.

A caballo entre los siglos XVIII y XIX, el hito que supone la obra de Goya dentro de la historia de la pintura también nos puede servir para situar un punto de inflexión en relación con la presencia de la pena de muerte en el arte. Su cuadro sobre los fusilamientos del 3 de mayo (pintado en 1814, reflejando los hechos de 1808 durante la invasión napoleónica) marca el inicio de una nueva etapa en la que se irán introduciendo las escenas de ejecuciones desligadas de la temática religiosa, al mismo tiempo que estas van perdiendo protagonismo. Ejemplos de este cambio son las obras de Edouard Manet (Fusilamiento del Emperador Maximiliano -1867), o de Antonio Gisbert (Ejecución de Padilla, Bravo y Maldonado - 1860).

Durante el siglo XX, la perspectiva laica de la pena de muerte irá adquiriendo progresivamente un carácter más reivindicativo (la producción religiosa proseguirá, pero cada vez más alejada de las vanguardias artísticas). Los artistas comprometidos con los valores democráticos y las libertades fundamentales se posicionarán de manera crítica contra la pena de muerte. Participarán en campañas generales de denuncia o reaccionarán ante ejecuciones o brutalidades determinadas. Como Picasso en "Masacre en Corea" (1951), denunciando los asesinatos de civiles por las fuerzas de EE.UU. durante la Guerra de Corea. O Miró en "La esperanza del condenado a muerte" (1974), obra pintada con motivo de la ejecución del anarquista catalán Puig Antich por la dictadura franquista. La plasmación en el lienzo de la pena de muerte adquiere un carácter reivindicativo que había estado ausente hasta entonces.

Anteriormente, la infinidad de reproducciones de la crucifixión, o las innumerables reproducciones de los martirios de los santos, no tenían ningún carácter de denuncia de la pena en sí, su función era meramente apologética y catequística. Lo relevante no era que una persona, o un colectivo de personas (los mártires), hubieran sido ejecutadas, sino que una de estas personas era el hijo de Dios y las otras eran sus discípulos. De hecho, la Iglesia Católica no ha estado en ningún momento de la historia abanderando la lucha abolicionista, y todavía no se ha pronunciado, en la actualidad, radicalmente en contra de la utilización de la pena de muerte.

Sobre todo en el pasado (pero también en el presente), los artistas a menudo han trabajado acomodándose o colaborando abiertamente con los poderes establecidos. Con sus obras han contribuido a la exaltación de las creencias y los mitos de sus respectivas sociedades. En general, eran meros peones  en manos del poder, en la medida que casi siempre trabajaban por encargo. La noción del artista con libertad creadora es un hecho relativamente reciente y ligada a sociedades con mayores índices de libertad, menos autoritarias. Por lo tanto, no es de extrañar que el arte producido en las dictaduras comunistas del siglo XX, al margen de la variable calidad de sus obras, comparta características con las producciones religiosas medievales, en la medida que pretenden igualmente educar en la ortodoxia reinante y consolidar los propios mitos. Exaltan lo políticamente correcto y orillan las críticas a los abusos del poder establecido.

Así, de un artista adherido a un sistema dictatorial no cabe esperar, por ejemplo en el caso de la antigua Unión Soviética, que hiciera una obra denunciando las purgas stalinistas con sus miles de ejecuciones. O en el caso de los artistas afectos al régimen franquista, al final de la Guerra Civil a ninguno de ellos se le habría ocurrido plasmar escenas de las ejecuciones masivas que entonces se llevaron a cabo. Los artistas afectos orillan estas cuestiones y, los desafectos, son condenados a la marginalidad y a la invisibilidad, cuando no son directamente represaliados.

Lo dicho anteriormente nos lleva a plantear la siguiente cuestión: si se pretende realizar una aproximación a la historia de la pena de muerte (o a la historia en general) a través del arte, se ha de hacer contemplando con igual o mayor intensidad aquellas obras que, digámoslo así, nunca se pintaron. Hay que analizar las múltiples ausencias temáticas, es imprescindible no menospreciarlas, hay que tenerlas en cuenta para reconstruir así una versión más real y completa de cada uno de los momentos históricos.

Hemos dicho que el siglo XX es el siglo de la implicación de los artistas en la causa abolicionista. Además, durante el último cuarto de siglo numerosos artistas responden a las invitaciones de organizaciones como Amnistía Internacional, denunciando con sus obras el mantenimiento de la pena capital, o donando alguna obra a estas organizaciones abolicionistas (la misma AI, Comunidad de san Egidio, Hands Off Cain...), para permitir que con su venta puedan proseguir su labor de denuncia.

Recientemente, Internet ha permitido nuevas formas de movilización y creación artística vinculadas a la lucha abolicionista. De entre las muchas iniciativas, nos referiremos brevemente y como ejemplo a la desarrollada el año 2000 por la sede de Tarragona de Amnistía Internacional. Coincidiendo con la campaña a escala mundial de la Organización entonces vigente (Moratoria 2000), a través del correo electrónico se divulgó una convocatoria de Mail Art (arte por correo) con el lema "Por un milenio de vida: no a la pena de muerte". Respondieron a la convocatoria más de 600 personas, con un total de más de 1.200 obras, que posteriormente fueron expuestas en Tarragona.


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