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Historia de la pena de muerte

Chivos expiatorios y eliminación de opositores


Las ejecuciones a menudo no han tenido ninguna vinculación con cualquier pretensión de administración de la justicia por parte de quien dictaba las sentencias de muerte. La ejecución de un presunto culpable a menudo ha respondido, lisa y llanamente, al propósito de quitarse a alguien molesto de en medio. En otras ocasiones, ha cumplido una función de catarsis, de alivio social: la necesidad de identificar el mal con un individuo. En estas ocasiones se convertía el hecho de la ejecución, el espectáculo escenificado, en lo realmente importante, quedando muy en segundo plano, o totalmente ignorada, la comprobación de la culpabilidad de la persona ejecutada.

A lo largo de la historia los chivos expiatorios serán innumerables. Pagarán por  supuestas ofensas o agresiones con las que a menudo no tendrán relación alguna, o incluso se les responsabilizará de enfermedades o catástrofes naturales. El hecho de relacionar los fenómenos adversos de la naturaleza con comportamientos morales, o incluso con meros pensamientos humanos, tardará en extirparse. En la antigüedad era una consecuencia lógica de las características de las sociedades regidas por pensamientos irracionales y mágicos (primero en las primitivas religiones animistas y más tarde, en ocasiones, también en las grandes religiones monoteístas). Desgraciadamente, este comportamiento irracional en algunas culturas no se ha superado del todo.

En distintos apartados nos referimos a estos aspectos. Por ejemplo, entre otros, al hablar de las ejecuciones de inocentes, de los genocidios de la antigüedad o de las ejecuciones de enfermos mentales en algunas épocas.

Las víctimas pertenecerán en general a las capas sociales más humildes. Para los poderosos es mucho más fácil ensañarse con los más desvalidos. Pero las ejecuciones no serán siempre clasistas, ya que el poder las utilizará también de forma sistemática para eliminar a los opositores. Por ejemplo, la historia de Roma está llena de asesinatos de generales y personajes influyentes, condenados a muerte por césares y emperadores deseosos de deshacerse de intrigantes reales o imaginarios (o de los asesinatos consumados de emperadores, llevados a cabo por aspirantes al trono que a su vez solían justificar sus actuaciones amparándose en los criterios de utilidad pública o en los argumentos que en su momento consideraran oportunos).

En el Imperio Otomano, esta pena de muerte para los eventuales rivales del heredero legítimo al poder incluso se llegó a legislar:

"Las rivalidades sucesorias (y consiguiente peligro de que la lucha entre los pretendientes amenazara la unidad del Imperio) inspiraron una ley según la cual el heredero legítimo, con el acuerdo o fetwa de los ulemas, podía desembarazarse de sus contendientes reales o hipotéticos. Bayaceto II ordenó así la ejecución de tres de sus hijos y un sobrino rebeldes a su autoridad. Murat III eliminó a sus cinco hermanos y Mehmet IV a diecinueve de ellos. Como recuerda Robert Mantran, desde principios del siglo XVI hasta fines del XVII, sesenta príncipes de la dinastía otomana perecieron por orden de los sultanes reinantes, mientras otros, menos afortunados aún, eran cegados de forma expeditiva y se pudrían el resto de su vida en mazmorras."
Juan Goytisolo. Estambul otomano. Ediciones Península - Altair. Barcelona, 2003
Ocurría en la antigüedad, pero no sólo entonces: las purgas llevadas a cabo por Stalin entre las cúpulas dirigentes soviéticas a mediados del siglo XX son un buen ejemplo. Como las llevadas a cabo por Mao en China. De forma no tan masiva, también se podría decir lo mismo de otros países durante el siglo XX.

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