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Historia de la pena de muerte

Vivir en el momento y en el lugar inoportuno


San Esteban, el primer mártir cristiano, murió lapidado pocos años después que Jesús de Nazaret. Como es obvio, si hubiera vivido cuando el cristianismo ya era la religión oficial del Imperio Romano no lo habrían lapidado. Tampoco lo habrían lapidado si, viviendo cuando vivió, no hubiera sido cristiano.

Vivir en el momento y en el lugar inadecuado es la principal causa de las incontables sentencias de muerte dictadas y llevadas a cabo a lo largo de la historia. Mejor dicho, es la razón fundamental, la única, en la medida que además de aplicarse por distintos motivos según las épocas y sociedades, existen países en los que la pena de muerte ha sido completamente abolida.

Ser ateo o profesar una religión distinta de la dominante en una sociedad teocrática, ser religioso y proclamarlo en alguna dictadura comunista, ser homosexual en un país en el que está prohibida la homosexualidad... El odio a la diferencia, la intransigencia ante la discrepancia, la soberbia de creer que no hay más verdad que la que uno defiende han sembrado de cadáveres los campos de batalla y los patíbulos.

Durante la Guerra Civil española miles de personas religiosas (sacerdotes, monjas, frailes, seglares), fueron ejecutadas, tras algún simulacro de juicio popular, o sencillamente linchadas. Su único delito era su condición religiosa. En ocasiones, murieron después de ser torturadas brutalmente. En el otro bando no fue distinto, y los ejecutados lo fueron por su simpatía hacia la república, por su compromiso con el socialismo, o sencillamente como ajuste de cuentas de rencillas atávicas.

Todos los que murieron ejecutados en ambas retaguardias cometieron el mismo error: estar en el bando equivocado. Se les acusaba del mismo delito: simpatizar supuestamente con las ideas del bando contrario. En todas las épocas, las guerras civiles han sido caldo de cultivo de comportamientos similares. Linchamientos, tiros en la nuca, simulacros judiciales... explosiones de odio y violencia dirigidas contra la sociedad civil, infinitamente más frágil y fácil de humillar y destruir que el ejército contrario.

Hoy en día también existe gente que está  "en el momento o lugar inadecuados". En algunos aspectos, seguimos anclados en el pasado más lúgubre, como nos demuestra, por ejemplo, el que en algunos lugares la blasfemia se siga considerando un delito merecedor de la pena de muerte. Además, como vivimos en un mundo globalizado, en casos así la sentencia de muerte la pueda dictar cualquiera, incluso desde lugares alejadísimos del de la comisión del presunto delito:

"Un clérigo pakistaní ofreció ayer 1,5 millones de rupias (algo más de 21.000 euros) de recompensa y un coche para aquel que asesine al dibujante que realizó las caricaturas del profeta Mahoma. Mohamed Yusaf Qureshi, clérigo de la histórica mezquita Mohabat Jan, en la ciudad de Peshawar, anunció en la mezquita y en la escuela religiosa Jamia Ashrafia que dará 1,5 millones de rupias y un coche por asesinar al dibujante que realizó dos de las doce caricaturas del profeta del islam publicadas por el diario danés Jyllands Posten el pasado mes de septiembre."
Un clérigo pakistaní ofrece recompensar el asesinato del autor de dos caricaturas. La Vanguardia, 18-2-2006
Voltaire, en 1764, ya había denunciado la irracionalidad de estas sentencias bárbaras:
"Es ridículo sentenciar a un hombre a muerte por decir esto o aquello. Poned en uno de los platillos de una balanza todas las palabras odiosas que se han dicho en el mundo, y en el otro platillo la sangre de un hombre, y es seguro que el platillo de la sangre pesará mucho más."
Diccionario filosófico; De los grados de verdad por los que se juzga a los acusados.
En otras ocasiones, el delito merecedor de la pena capital puede consistir, todavía en la actualidad, en haber decidido cambiar de religión:
"Abdul Rahman, de 41 años, está siendo juzgado en Afganistán por haberse hecho cristiano. Su familia le denunció el mes pasado y ahora el fiscal pide para él la pena capital por haber renunciado a la fe islámica."
Mónica C. Belaza / EFE. Un fiscal en Afganistán pide pena de muerte por convertirse al cristianismo. El País, 22-03-2006
O cometer determinados delitos económicos en un país en el que estos pueden ser castigados con la pena capital, como en la antigua URSS (mientras que los mismos delitos económicos, en un país capitalista, jamás a nadie se le habría pasado por la cabeza castigarlos con la muerte).

Las arbitrariedades y los abusos que ocurrían en Europa en la Edad Media ahora ocurren en otros lugares del mundo. Las causas desencadenantes de represiones y penas de muerte (judiciales o extrajudiciales) varían, pero siempre sigue existiendo gente con la desgracia de estar en el lugar inadecuado. Como las víctimas civiles de los actuales conflictos armados, condenadas a muerte extrajudicialmente por los responsables civiles y militares de las fuerzas armadas que las masacran. Por ejemplo, la actual población civil de Irak, que padece la tragedia de vivir "precisamente en Irak": un país en el punto de mira geoestratégico de los Estados Unidos a causa de su riqueza petrolífera.

Se ha matado y se mata en nombre de todo. En nombre de Dios y en contra de Dios, en nombre del capitalismo y en nombre del comunismo, en nombre de la liberación propia o ajena. Tozudamente se ha matado en nombre de la justicia, de la libertad, de la solidaridad, de la verdad. En los distintos lugares y épocas, el poder (del clan, la tribu, el pueblo, la nación, la religión...) suele tener tres características permanentes: su voracidad, su arrogancia y su incapacidad para soportar las discrepancias.


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