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Historia de la pena de muerte

Ejecución de inocentes: de la Inquisición al siglo XX


Los juicios humanos son falibles. Por muchas garantías que se incluyan en los procesos judiciales lo único que en el mejor de los casos nos aseguran (descartando, y ya es mucho descartar, eventuales prácticas corruptas, existencia de prejuicios, etc.), es que, en principio, las conclusiones resultantes serán más fiables que si no existieran estas garantías procesales. Pero la garantía absoluta de que el respeto escrupuloso de un riguroso protocolo dará siempre como resultado una conclusión absolutamente cierta no existe. Ni en el mejor de los sistemas judiciales.

Además, la administración de la justicia en muchas épocas ha ido acompañada de una práctica horrenda, el tormento, que la desnudaba de cualquier pretensión de equidad y credibilidad. No hay que olvidar que el uso de la tortura judicial era habitual hasta finales del siglo XVIII; sólo será a principios del siglo XIX cuando su uso legal se irá aboliendo progresivamente.

"La aspiración máxima del juez es un reo 'convicto y confeso'. Eso le permite satisfacer sus ansias de justicia, o, al menos, de perfección legal. Pero, por desgracia, el acusado muchas veces se empecina en no confesar. Ya sabe usted que en las legislaciones modernas se le reconoce el derecho de no decir nada que pueda perjudicarlo. ¿Qué podía hacer entonces el juez que, convencido de que el acusado era culpable, no tenía su confesión? Su conciencia le impedía dictar una sentencia coja. Pero también le prohibía soltar al presunto culpable que él no consideraba nada presunto. La única solución era conseguir como fuera la confesión. Y ese "como fuera" podía ser terrible. Paradójicamente, por uno de esos sueños de la razón que producen monstruos, la tortura entró en el sistema judicial para asegurar la justicia de la sentencia."
José Antonio Marina y María de la Válgoma. La lucha por la dignidad. Anagrama. Barcelona, 2000
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La Inquisición reunía todas las características para dictar sentencias injustas, para equivocarse (si se puede decir así) desde todos los puntos de vista: se basaba en una concepción del mundo incorrecta (por ejemplo, que la Tierra giraba alrededor del Sol), atribuía posesiones demoníacas a simples enfermos mentales o visionarios, confiaba en la tortura como medio de confesión (cuando fundamentalmente es un medio para que el condenado diga lo que quiere el verdugo) y consideraba pecados graves merecedores de las mayores condenas el hecho de pensar diferente de la ortodoxia religiosa imperante.

El caso de Galileo (1564-1642) es ilustrativo. Se atreve a poner en duda que el Sol sea el centro del universo. Afirma, al contrario, que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, como ya había dicho Copérnico anteriormente (1473-1543). A causa de sus afirmaciones, Galileo es requerido y obligado por la Inquisición a "admitir su error", cosa que hace ante las previsibles consecuencias en caso de negarse.

Galileo se retractó y salvó el pellejo, quizás en parte gracias al hecho de ser un personaje muy conocido. Pero otros muchos no tuvieron tanta suerte con la Inquisición, y por discrepar de las verdades oficiales fueron condenados a torturas y a las modalidades más crueles de ejecuciones. Fue el caso, por ejemplo, del aragonés Miguel Servet, condenado a morir en la hoguera a causa de sus opiniones, en Ginebra, el 26 de octubre de 1553:

"Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e Impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo."
Voltaire, en su Diccionario filosófico (1764), en el artículo "Sentencias de muerte", se refiere así a la ejecución de Miguel Servet:
"Un español pasó por Ginebra a mitad del siglo XVI. Juan Calvino averigua que ese español se aloja en una hospedería, y recuerda que estuvo disputando con él sobre una materia que ni uno ni otro entendían. El teólogo Juan Calvino hace prender al viajero, faltando a las leyes divinas y humanas; consigue que le encierren en un calabozo y que lo quemen a fuego lento con leña verde, con la idea de que el suplicio dure más tiempo. Esa maniobra infernal no pasaría hoy por la imaginación de nadie; si Miguel Servet hubiera venido al mundo en tiempos posteriores, nadie le hubiera perseguido."
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Unos años más tarde, el 17 de febrero de 1600, en Roma, pereció en la hoguera el napolitano Giordano Bruno, acusado de herético impenitente; entre otras discrepancias doctrinales con la Iglesia, era también un defensor de la nueva cosmología copernicana.
"Pensador independiente de espíritu atormentado, abandonó la orden de los dominicos en 1576 para evitar un juicio en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales e inició una vida errante que le caracterizaría hasta el final de sus días (...) Por invitación del noble veneciano Giovanni Moncenigo, que se erigió en su tutor y valedor privado, Bruno volvió a Italia. En 1592, sin embargo, Moncenigo denunció a Bruno ante la Inquisición que le acusó de herejía. Fue llevado ante las autoridades romanas y encarcelado durante más de ocho años mientras se preparaba un proceso donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y de hereje. Bruno se negó a retractarse y en consecuencia fue quemado en una pira levantada en Campo dei Fiori el 17 de febrero del año 1600. En el siglo XIX se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el lugar donde tuvo lugar el martirio."
El Poder de la Palabra. www.epdlp.com (2006)
Una de las actuaciones más graves de la Inquisición consistió en los miles de personas, sobre todo mujeres, condenadas por brujería o por estar poseídas por el demonio (de forma especial en la Europa central y nórdica), un tipo de sentencias que hoy en día, a pesar de contextualizar los hechos en el correspondiente momento histórico, nos parecen de una barbarie e ignorancia extremas (hay que tener en cuenta que ya entonces existían personas que discrepaban de aquellas actuaciones, personas en ocasiones pertenecientes a la misma Iglesia).
"En la Alemania de mediados del XVII, por ejemplo, «en el principado de Neisse fueron ejecutadas, en un período de nueve años, mil brujas, entre ellas varias niñas de dos a cuatro años; en Fulda, en tres años, 250, y en Ellwange, en un año, 167. En Wuzburgo, desde 1623 a 1631, perecieron en la hoguera 900 personas de ambos sexos.». A finales de este mismo siglo, y es otro ejemplo, hubo en Suecia una epidemia de brujería, que conocemos sólo a través de la epidemia de hogueras con que se cortó. En Portugal hubo una gran quema por la misma época, a causa de haberse descubierto un robo sacrílego en una iglesia de Lisboa; las crueldades que entonces se cometieron con los neófitos y descendientes de judíos y moros fueron tales que, según las crónicas, «esas cosas no se hicieran, si fuera posible, con los perros... Y después de haberse cometido tantas atrocidades, apareció el reo, que era un cristiano viejo y muy viejo...» En Francia, en Inglaterra y en Escocia ocurría lo mismo casi por la misma época: no había más que brujas y hogueras por todas partes."
Daniel Sueiro. La pena de muerte (El suplicio del fuego). Alianza Editorial. Madrid, 1974
Decíamos pues que equivocarse es humano. La posibilidad de errar es una de las características congénitas de la naturaleza humana, de la misma forma que reconocer los errores y, cuando es posible, enmendarlos, también lo es.

El problema, no obstante, es que algunos errores no admiten reparación. Y el mejor ejemplo es la aplicación de la pena de muerte. En un caso así, y dada la trascendencia de la decisión, el más elemental sentido común aconsejaría buscar alternativas a esta decisión irreversible. A lo largo de la historia este sentido común ha brillado por su ausencia.

Millares de personas han sido condenadas a muerte en procesos sin las más mínimas garantías procesales, amparándose en procedimientos legales rudimentarios o totalmente arbitrarios (basados en ocasiones en la magia y la adivinación), con el uso de la tortura como medio de conseguir confesiones, con la participación de testimonios falsos (espontáneos, comprados u obligados bajo amenaza a testificar falsamente), adulterados por la necesidad imperiosa de encontrar fuera como fuera culpables o simples chivos expiatorios, etc.

Estos son algunos ejemplos de casos del siglo XX:

"En Japón, Menda Sakae fue condenado a muerte en marzo de 1950 por un asesinato que no cometió en 1948. A los 33 años de esta condena, en 1983, fue declarado inocente y puesto en libertad. Durante más de tres décadas vivió con la amenaza de la ejecución."
"En Nigeria, Bodunrin Baruwa fue absuelto en 1996 por el Tribunal de Apelación tras pasar un total de dieciséis años en prisión. Un Tribunal Superior lo había condenado a muerte por asesinato después de que Baruwa informó a la policía de haber encontrado un cadáver cerca de su vivienda."
"En China, en 1995, Li Xiuwu fue declarado inocente siete años después de ejecutado por el asesinato de un campesino y un delito de robo."
Error capital. La pena de muerte frente a los derechos humanos (Amnistía Internacional. Edai. Madrid, 1999)
"Después de pasar 18 años encarcelado por un crimen que no cometió y que a punto estuvo de llevarlo a la silla eléctrica, Earl Washington junior salió ayer del centro correccional de Greenville, Virginia. El Estado lo puso en libertad porque una prueba de ADN demostró su inocencia. Aun así, lo hizo a regañadientes y sin reconocer que su sistema judicial, el segundo que más presos ejecuta después de Texas, no funciona bien."
Una "justicia" incapaz de corregir sus errores. La Vanguardia13-02-2001 >> fragmento ampliado
En Estados Unidos, además, se han realizado estudios globales sobre este tipo de fallos judiciales:
"Desde 1973, más de 122 presos estadounidenses condenados a la pena capital escaparon a la muerte porque surgieron pruebas que demostraron que eran inocentes de los delitos por los que habían sido condenados. Hubo 6 de esos casos en 2004 y dos en 2005. Algunos estuvieron a punto de ser ejecutados tras pasar muchos años condenados a muerte. En todos estos casos hay varios factores que se repiten: conducta indebida por parte del ministerio público o la policía; el uso de testimonios, pruebas materiales o confesiones poco fiables, y una asistencia letrada inadecuada. Otros presos estadounidenses han sido ejecutados a pesar de existir serias dudas sobre su culpabilidad."
Amnistía Internacional. Datos y cifras sobre la pena de muerte (2006)
Estos casos, por otro lado, representan sólo la parte visible (naturalmente no se contabilizan las ejecuciones de inocentes no detectadas). Además, hay que tener en cuenta las mayores o menores garantías procesales existentes en los distintos países. Por ejemplo, en China, el país que más penas de muerte lleva a cabo en la actualidad (al parecer más de tres mil en 2005, con cifras similares los años anteriores), con un sistema judicial con juicios en general expeditivos, la opacidad existente impide cualquier estudio que pretenda averiguar la proporción de ejecutados inocentes, como en el estudio citado sobre los Estados Unidos. De Irán y Arabia Saudí, también con elevadas cifras de ejecuciones, se podría decir exactamente lo mismo.

Esto desde un punto de vista cuantitativo, con relación a países con altas cifras de ejecuciones anuales, y por lo tanto, presumiblemente, con más posibilidades de errores, de víctimas inocentes. Pero desde la perspectiva del individuo, de un condenado inocente, aunque sea el único ejecutado en su país, el error judicial es absoluto y absolutamente irremediable. No se precisa de ninguna estadística para poner en evidencia la tremenda injusticia que en su caso se comete.


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