Comentario de texto / Índice de textos
Los santos inocentes

Miguel Delibes. Editorial Planeta, 1981.

Ficha del libro

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Libro segundo. Paco, el bajo
(p. 47, 48 y 50 a 57)

y, así que llegó mayo, se presentó un día el Carlos Alberto, el mayor del señorito Iván, a hacer la Comunión en la capilla del cortijo y dos días después, tras muchos preparativos, la Señora Marquesa con el Obispo en el coche grande, y la Régula, así que abrió el portón, se quedó deslumbrada ante la púrpura, sin saber qué partido tomar, a ver, que, en principio, en pleno desconcierto, dio dos cabezadas, hizo una genuflexión y se santiguó, pero la Señora Marquesa la apuntó desde su altura inabordable,

el anillo, Régula, el anillo,

y fue ella, entonces, la Régula, y se comió a besos el anillo pastoral, mientras el Obispo sonreía y apartaba la mano discretamente, y, azorado, atravesaba los arriates restallantes de flores y penetraba en la Casa Grande, entre las reverencias de los porqueros y los gañanes y, al día siguiente, se celebró la fiesta por todo lo alto, y, después de la ceremonia religiosa en la pequeña capilla, el personal se reunió en la corralada, a comer chocolate con migas y

¡que viva el señorito Carlos Alberto!

y

¡que viva la Señora!

exultaban, pero la Nieves no pudo asistir porque andaba sirviendo a los invitados en la Casa Grande

(...)

y a la noche, tan pronto llegó a casa, aunque se encontraba tronzada por el ajetreo del día, le dijo a Paco, el Bajo,

padre, yo quiero hacer la Comunión

pero imperativamente, que Paco, el Bajo, se sobresaltó,

¿qué dices?

y ella, obstinada,

que quiero hacer la Comunión, padre

y Paco, el Bajo, se llevó las dos manos a la gorra como si pretendiera sujetarse la cabeza,

habrá que hablar con don Pedro, niña, y don Pedro, el Périto, al oír en boca de Paco, el Bajo, la pretensión de la chica, rompió a reír, enfrentó la palma de una mano con la de la otra y le miró fijamente a los ojos,

¿con qué base, Paco?, vamos a ver, habla, ¿qué base tiene la niña para hacer la Comunión?; la Comunión no es un capricho, Paco, es un asunto demasiado serio como para tomarlo a broma

y Paco, el Bajo, humilló la cerviz,

si usted lo dice,

pero la Nieves se mostraba terca, no se resignaba y en vista de la actitud pasiva de don Pedro, el Périto, apeló a doña Purita,

(...)

doña Purita señalaba para la Nieves con su dedo índice, sonrosado, pulcrísimo y exclamaba,

pues ahí tienen a la niña, ahora le ha dado con que quiere hacer la Comunión,

y, en torno a la gran mesa, una exclamación de asombro y miradas divertidas y un sostenido murmullo, como un revuelo, y en la esquina, una risa sofocada, y, tan pronto salía la niña, el señorito Iván,

la culpa de todo la tiene este dichoso Concilio, y algún invitado cesaba de comer y le miraba fijo, como interrogándole, y, entonces, el señorito Iván se consideraba en el deber de explicar,

las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo, pero la culpa no la tienen ellos, la culpa la tiene ese dichoso Concilio que les malmete,

(...)

y don Pedro, el Perito, más aplacado, bajó la cabeza y dijo en un murmullo, moviendo apenas un lado del bigote,

por favor, Miriam, esta pobre no sabe nada de nada y en cuanto a su padre no tiene más alcances que un guarro, ¿qué clase de Comunión puede hacer?

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Libro cuarto. El secretario
(p. 103 a 107)

y todo iba bien hasta que la última vez que asistió el francés, se armó una trifulca en la Casa Grande, durante el almuerzo,
al decir de la Nieves, por el aquel de la cultura, que el señorito René dijo que en entroeuropa era otro nivel, una inconveniencia, a ver, que el señorito Iván, eso te piensas tú, René, pero aquí ya no hay analfabetos, que tú te crees
que estamos en el año treinta y seis,

y de unas cosas pasaron a otras y empezaron a vocearse el uno al otro, hasta que perdieron los modales y se faltaron al respeto y como último recurso, el señorito Iván, muy soliviantado, ordenó llamar a Paco, el Bajo, a la Régula y al Ceferino y,

es bobería discutir, René, vas a verlo con tus propios ojos,

voceaba,

y al personarse Paco con los demás, el señorito Iván adoptó el tono didáctico del señorito Lucas para decirle al francés,

mira, René, a decir verdad, esta gente era analfabeta en tiempos, pero ahora vas a ver, tú, Paco, agarra el bolígrafo y escribe tu nombre, haz el favor, pero bien escrito, esmérate, se abría en sus labios una sonrisa tirante,

que nada menos está en juego la dignidad nacional,

y toda la mesa pendiente de Paco, el hombre, y don Pedro el Périto, se mordisqueó la mejilla y colocó su mano sobre el antebrazo de René,

lo creas o no, René, desde hace años en este país se está haciendo todo lo humanamente posible para redimir a esta gente, y el señorito Iván,

¡chist!, no le distraigáis ahora

y Paco, el Bajo, coaccionado por el silencio expectante, trazó un garabato en el reverso de la factura amarilla que el señorito Iván le tendía sobre el mantel, comprometiendo sus cinco sentidos, ahuecando las aletillas de su chata nariz, una firma tembloteante e ilegible y, cuando concluyó, se enderezó y devolvió el bolígrafo al señorito Iván y el señorito Iván se lo entregó al Ceferino y

ahora tú, Ceferino,

ordenó,

y fue el Ceferino, muy azorado, se reclinó sobre los manteles y estampó su firma y por último, el señorito Iván se dirigió a la Régula,

ahora te toca a ti, Régula,

y volviéndose al francés,

aquí no hacernos distingos, René, aquí no hay discriminación entre varones y hembras como podrás comprobar,

y la Régula, con pulso indeciso, porque el bolígrafo le resbalaba en el pulgar achatado, plano, sin huellas dactilares, dibujó penosamente su nombre, pero el señorito Iván, que estaba hablando con el francés, no reparó en las dificultades de la Régula y así que ésta terminó, le cogió la mano derecha y la agitó reiteradamente como una bandera,

esto,

dijo,

para que lo cuentes en Paris, René, que los franceses os gastáis muy mal yogur al juzgarnos, que esta mujer, por si lo quieres saber, hasta hace cuatro días firmaba con el pulgar, ¡mira!

y, al decir esto, separó el dedo deforme de la Régula, chato como una espátula, y la Régula, la mujer, confundida, se sofocó toda como si el señorito Iván la mostrase en cueros encima de la mesa, pero René, no atendía a las palabras del señorito Iván sino que miraba perplejo el dedo aplanado de la Régula, y el señorito Iván, al advertir su asombro, aclaró,

ah, bien!, ésta es otra historia, los pulgares de las empleiteras son así, René, gajes del oficio, los dedos se deforman de trenzar esparto, ¿comprendes?, es inevitable,

y sonreía y carraspeaba y para acabar con la tensa situación, se encaró con los tres y les dijo

hala, podéis largaros, lo hicisteis bien,

y, conforme desfilaban hacia la puerta, la Régula rezongaba desconcertada,

ae, también el señorito Iván se tiene cada cacho cosa,

y, en la mesa, todos a reír indulgentemente, paternalmente, menos René, a quien se le había aborrascado la mirada y no dijo esta boca es mía

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Libro cuarto. El secretario (2)
(p. 108, 109)

y la Señora recorría lentamente el pequeño jardín, los rincones de la corralada con mirada inquisitiva y, al terminar, subía a la Casa Grande, e iba llamando a todos a la Sala del Espejo, uno por uno, empezando por don Pedro, el Périto, y terminando por Ceferino, el Porquero, todos, y a cada cual le preguntaba por su quehacer y por la familia y por sus problemas y, al despedirse les sonreía con una sonrisa amarilla, distante, y les entregaba en mano una reluciente moneda de diez duros,

toma, para que celebréis en casa mi visita, menos a don Pedro, el Périto, naturalmente, que don Pedro, el Périto, era como de la familia, y ellos salían más contentos que unas pascuas

la Señora es buena para los pobres, decían contemplando la moneda en la palma de la mano,

y, al atardecer, juntaban los aladinos en la corralada y asaban un cabrito y lo regaban con vino y en seguida cundía la excitación, y el entusiasmo y que

¡viva la Señora Marquesa! y ¡que viva por muchos años!

y, como es de rigor, todos terminaban un poco templados, pero contentos y la Señora, desde la ventana iluminada de sus habitaciones, a contraluz, levantaba los dos brazos, les daba las buenas noches y a dormir, y esto era así desde siempre

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Libro quinto. El accidente
(p. 122 a 141)

al concluir la jornada, a Paco, el Bajo, le dolían los hombros, y le dolían las manos, y le dolían los muslos y le dolía todo el cuerpo, de las agujetas, a ver, que sentía los miembros como descoyuntados fuera de sitio, mas, a la mañana siguiente, vuelta a empezar, que el señorito Iván era insaciable con el palomo, una cosa mala, que le apetecía este tipo de caza tanto o más que la de perdices en batida, o la de gangas al aguardo, en el aguazal, o la de pitorras con la Guita y el cascabel, que no se saciaba el hombre y, a la mañana, entre dos luces, ya estaba en danza,

¿estás cansado, Paco?

sonreía maliciosamente y añadía,

la edad no perdona, Paco, quién te lo iba a decir a ti, con lo que tú eras

(...)

y así un día y otro hasta que una tarde, al cabo de semana y media de salir al campo, según descendía Paco, el Bajo, de una gigantesca encina, le falló la pierna dormida y cayó, despatarrado, como un fardo, dos metros delante del señorito Iván, y el señorito Iván, alarmado, pegó un respingo,

¡serás maricón, a poco me aplastas!

Paco, se retorcía en el suelo, y el señorito Iván se aproximó a él y le sujetó la cabeza,

¿te lastimaste, Paco?

pero Paco, el Bajo, ni podía responder, que el golpe en el pecho le dejó como sin resuello y, tan sólo, se señalaba la pierna derecha con insistencia,

¡Ah, bueno, si no es más que eso...!,

decía el señorito Iván,

y trataba de ayudar a Paco, el Bajo, a ponerse de pie, pero Paco, el Bajo, cuando, al fin pudo articular palabra, dijo, recostado en el tronco de la encina,

la pierna esta no me tiene, señorito Iván está como tonta,

y el señorito Iván,

¿que no te tiene? ¡anda!, no me seas aprensivo, Paco, si la dejas enfriar va a ser peor

(...)

una vez en Cordovilla, don Manuel, el doctor, le palpó el tobillo intentó moverlo, le hizo dos radiografías y, al acabar, enarcó las cejas,

ni necesito verlas, el peroné,

dijo,

y el señorito Iván,

¿qué?,

está tronzado,

pero el señorito Iván, se resistía a admitir las palabras del doctor,

no me jodas, Manolo, el 22 tenemos batida en la finca, yo no puedo prescindir de él, y don Manuel, que tenía los ojos muy negros, muy juntos y muy penetrantes, como los de un inquisidor, y el cogote recto, como si lo hubieran alisado con una llana, levantó los hombros,

yo te digo lo que hay, Iván, luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra

y el señorito Iván torció la boca, contrariado

(...)

transcurrida una semana, el señorito Iván pasó a recoger a Paco, el Bajo, en el Land Rover y volvieron a Cordovilla, y antes de que el doctor le quitase la férula, el señorito Iván le encareció,

¿no podrías ingeniártelas, Manolo, para que el 22 pudiera valerse?,

pero el doctor movía enérgicamente su aplanado cogote, denegando, pero si el 22 es pasado mañana como quien dice, Iván, y este hombre debe estar cuarenta y cinco días con el yeso

(...)

mira, Paco, los médicos pueden decir misa, pero lo que tú tienes que hacer, es no dejarte, esforzarte, andar, mi abuela, que gloria haya, se dejó, y tú lo sabes, coja para los restos, en estos casos, con bastones o sin bastones, hay que moverse, salir al campo, aunque duela, si te dejas ya estás sentenciado, te lo digo yo

(...)

amaneció el día 22 y el señorito Iván, erre que erre, se presentó con el alba a la puerta de Paco, el Bajo, en el Land Rover marrón, venga, arriba, Paco, ya andaremos con cuidado, tú no te preocupes

(...)

¿no puedes moverte un poquito más vivo, Paco, coño? pareces una apisonadora, si te descuidas te van a robar hasta los calzones, y Paco, el Bajo, procuraba hacer un esfuerzo, pero los cerros de los rastrojos dificultaban sus movimientos, no le permitían poner plano el pie, y, en una de éstas, ¡zas!, Paco, el Bajo, al suelo, como un sapo,

¡ay señorito Iván, que me se ha vuelto a tronzar el hueso, que le he sentido!,

y el señorito Iván, que por primera vez en la historia del cortijo, llevaba en la tercera batida cinco pájaros menos que el señor Conde, se llegó a él fuera de sí, echando pestes por la boca,

¿qué te pasa ahora, Paco, coño? ya es mucha mariconería esto, ¿no te parece?

pero Paco, el Bajo, insistía desde el suelo,

la pierna, señorito, se ha vuelto a tronzar el hueso,

y los juramentos del señorito Iván se oían en Cordovilla

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Libro quinto. El accidente (2)
(p. 144)

pero es lo que yo digo, Ministro, que a lo mejor estoy equivocado, pero el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?

y la concurrencia quedó unos minutos en suspenso, mientras el Ministro
asentía y masticaba, sin poder hablar, y, una vez que tragó el bocado, se pasó delicadamente la servilleta blanca por los labios y sentenció,

la crisis de autoridad afecta hoy a todos los niveles,

y los comensales aprobaron las palabras del Ministro con cabezadas
adulatorias y frases de asentimiento

 


1- Haz un breve resumen de cada uno de los cinco bloques de texto, y luego un resumen general.

2- La historia está situada (por algunas referencias del texto, por ejemplo, la mención al Concilio Vaticano II) durante los años sesenta del siglo XX, en algún latifundio del sur de España. El autor creó una historia de ficción inspirándose en situaciones y hechos reales observados durante un viaje que hizo a Extremadura. ¿Cómo te explicas que, en aquella época no tan lejana, pudieran existir todavía este tipo de relaciones, entre unos amos casi omnipotentes y unos siervos casi esclavos?

3- ¿Ha sido legítima, en distintas épocas históricas y distintos lugares del mundo, la reivindicación y el intento, por parte de los campesinos empobrecidos, de repartir las tierras de los grandes propietarios?

4- Si el latifundista reivindica su derecho a la propiedad, ya que está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ¿cómo se harmoniza su postura con la reivindicación del mismo derecho a la propiedad por parte de los campesinos y jornaleros sin tierras?

5- ¿Cuál es el origen de los latifundios? ¿Qué inconvenientes y/o ventajas le ves, a un sistema latifundista y a un sistema minifundista?

6- La forma en que está escrito el relato es bastante peculiar, a causa de los saltos de línea, el uso de mayúsculas, el ritmo... ¿Crees que, pasada la sorpresa inicial, sirve para transmitir mejor la atmosfera que el autor quiere transmitir?

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