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Europa Occidental avanza con la tercera dosis mientras algunos países africanos han vacunado a menos del 4%

Gina Tosas. La Vanguardia, 20/02/2022
Un virus, dos mundos. La pandemia del coronavirus ha ampliado la brecha de desigualdad entre los países ricos y pobres. Más de 160 millones de personas se han visto arrojadas a la pobreza desde la aparición del SARS-CoV-2 en enero del 2020, según advierte Oxfam International. Poco más de un año después de las primeras campañas de vacunación contra la covid, la disparidad en el reparto de dosis ejemplifica, por enésima vez, la profunda distancia que separa a los países más desarrollados de los menos, algo que la directora ejecutiva de la citada confederación de oenegés, Gabriela Bucher, ha descrito como el “apartheid de las vacunas”. El abismo es colosal. Mientras algunos estados, como España, Portugal, Canadá, Australia o China han inoculado a más del 80% de la población con la pauta completa –y Europa Occidental o Chile han vacunado a la mitad con la tercera–, la mayoría del continente africano ha inmunizado a menos del 20% de su población. Allí, una docena de países no supera la tasa de vacunación del 4%, como Burundi (0,1%), República Democrática del Congo (0,3%), Camerún (2,6%) o Nigeria (2,7%). De seguir con el ritmo de vacunación de finales de año, algunos podrían tardar décadas en lograr el objetivo del 70% de cobertura marcado por la Organización Mundial para la Salud (OMS) para julio del 2022. Desde los 15 años que necesitará Sudán del Sur hasta los 43 del Chad, según cálculos de los periodistas de La Vanguardia Carles Villalonga y Laura Aragó.

La única manera de conseguir la meta de la OMS es “superando el nacionalismo” que ha caracterizado la distribución de dosis en el 2021 y que los “líderes de los países ricos y los fabricantes de vacunas trabajen juntos”, en palabras de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus. Y es que si bien las grandes farmacéuticas han producido más de 10.000 millones de dosis (superando los 7.800 millones de habitantes en el mundo) hasta el mes pasado, solo mil han llegado a los países con menos ingresos. Moderna y Pfizer/BioNTech han enviado menos del 2%; las empresas chinas Sinovac y Sinopharm solo el 0,5% y 1,5%, respectivamente. Johnson & Johnson y AstraZeneca tuvieron una mejor actuación: la primera suministró el 20% de su producción y la segunda, si bien destinó solo 1,7% de sus vacunas a los países más pobres, distribuyó el 70% a los países con ingresos medios bajos, según publicaba Amnistía Internacional esta semana.

Gran parte del problema radica en el desproporcionado acopio que hicieron las grandes potencias mundiales en las compras anticipadas de las vacunas. La Unión Europea compró dosis para vacunar cinco veces a su población y Canadá, ocho. “Todos han querido vacunar primero a los suyos antes de pensar en el resto”, asegura Rafael Vilasanjuan, miembro del comité de dirección de The Vaccine Alliance (GAVI), que gestiona el Fondo de Acceso Global para las Vacunas Covid-19 (Covax). Como resultado, Covax, la iniciativa que vehicula donaciones y compras de vacunas para países pobres, ha fracasado. Al menos en cuanto a su objetivo de repartir 2.000 millones de dosis en el 2021, que quedaron en mil en enero del 2022 (que suponen un 12% de la población de sus 92 estados adheridos vacunada, la mayoría africanos).

A este escenario cabe añadirle el hecho de que la creación de la tecnología ARNm, a la que solamente han tenido acceso los países ricos, ha empeorado una inequidad en salud ya existente durante décadas –y que fue muy palpable durante la pandemia del VIH–. “Lograron desarrollar una tecnología que utilizan en gran medida solo para ellos”, apunta David Fidler, experto en Salud Global del think tank estadounidense Council on Foreign Relations. Y todo intento de liberalizar las patentes ha quedado bloqueado. “Algunos países han tenido un acercamiento al problema un poco sobrepasando la línea colonial racista al poner como excusa que los países pobres no tienen capacidad para producir vacunas ARNm, cuando no es verdad”, asegura el investigador en el Centro de Salud Global de Ginebra, Adrián Alonso Ruiz.

La OMS le ha puesto remedio con una iniciativa que pretende facilitar la transferencia de tecnología de estas vacunas a países como Egipto, Sudáfrica, Túnez, Kenia, Nigeria y Senegal. “Nunca saldremos de este problema de escasez con respecto a la geografía a menos que tengamos instalaciones que puedan fabricar productos farmacéuticas en países de bajos ingresos de África o Asia”, apunta Fidler. La medida fue celebrada por la Unión Africana (UA): “África tiene la capacidad de producir las vacunas necesarias para afrontar los problemas de salud de los africanos”, aseguró el presidente de Sudáfrica y de la UA, Cyril Ramaphosa, al tiempo que cargó contra la UE al considerar que las donaciones son un “sistema insostenible”.

Mientras no llega la innovación, Covax espera poder vacunar a un 40% de la población de sus países adheridos antes de julio, una meta que los gobiernos occidentales deberían garantizar con 5.200 millones de dólares más. Ahora que a las grandes potencias les sobran pinchazos el obstáculo ya no es el abastecimiento sino su distribución. “Es aquí donde hay la gran diferencia de la equidad”, señala Vilasanjuan. Según explica, muchos de estos países no pueden almacenar grandes cantidades de vacunas, tienen pocos recursos humanos, las vías de comunicación son precarias, hay una alta población rural y además las dosis llegan con un margen de caducidad muy ajustado.

Además de la avaricia occidental, otra de las lecciones que deja el primer año de vacunación es que las campañas han disimulado las terribles gestiones iniciales de la pandemia. Pocos líderes han pagado cara su incompetencia. Quizá el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue el más perjudicado, al perder las elecciones en noviembre del 2020, aunque lo hizo de forma muy ajustada. El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, se mantiene de momento a flote a pesar de que al principio apostó por contagiar a todo el mundo en aras de la inmunidad de grupo y después celebró fiestas en Downing Street durante los confinamientos. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, salió airoso de un impeachment por dejar morir a miles de personas de la covid.

Pero ningún modelo de gestión se ha demostrado infalible. Aunque la tolerancia cero de China parece haberle funcionado para evitar muertes y el colapso de la economía y hospitales, lo cierto es que Nueva Zelanda optó por abandonarla en otoño gracias a las vacunas y tras reconocer que el regreso a ningún caso era misión imposible. Tanto en este país como en Canadá, Francia, Italia, Bruselas, Alemania o EE.UU., entre otros, se ha extendido la cólera por las restricciones sanitarias contra la covid y la obligación de vacunarse para trabajar. “Los gobiernos han usado la pandemia para implementar medidas más represivas”, afirma Fidler. Un declive de las libertades que, combinado con la desinformación y el auge de la extrema derecha, enferma a las democracias.

Ahora el gran obstáculo ya no es el abastecimiento de vacunas sino su distribución.

Un año después del inicio de la vacunación, Oxfam califica la disparidad del reparto como un apartheid.

De seguir con el mismo ritmo de vacunación Chad tardaría hasta 70 años en lograr los objetivos de la OMS.


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