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Vivir en China, morir en Essex

Rafael Ramos. La Vanguardia, 25-10-2019 (fragmentos)
Una tragedia de semejantes dimensiones nunca puede tener explicaciones simples, y esta tampoco las tiene. Por un lado, el Reino Unido ha elaborado desde los tiempos de David Cameron una política de creciente hostilidad hacia los inmigrantes para fomentar que no vengan. Por otro, tanto Londres como todos los gobiernos de la UE hacen cada vez más difícil la concesión de asilo político y estatus legal a quienes han de huir de sus países, mientras la derecha calienta la cabeza a los votantes sobre el coste que significan para los estados y la manera en que diluyen la identidad nacional. A todo esto, la sociedad china es cada vez más rica pero también desigual, con enormes bolsas de pobreza, muchos se quieren marchar al extranjero, pero el Gobierno controla quién obtiene un pasaporte y un visado de salida. Y las mafias internacional dedicadas al tráfico de personas ven en ello una manera de hacer dinero, mucho dinero.

En esa confluencia funesta de factores se encontraron envueltos de alguna manera, en un relato que todavía no ha sido explicado del todo, los 39 ciudadanos chinos -31 hombres y ocho mujeres- que murieron congelados en el tráiler de un camión registrado en Bulgaria, que viajó desde el puerto belga de Zeebrugge al inglés de Purfleet, en Essex y la orilla norte del río Támesis, a las puertas mismas de Londres, y se reunió allí con un conductor norirlandés. El drama no podía ser más internacional, una metáfora macabra de los tiempos que vivimos.

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La policía acordonó un lugar para el ataúd con los 39 cadáveres (entre ellos un menor), y desde allí empezó el proceso de traslado de los cuerpos al hospital de Bloomsbury, en la ciudad de Chelmsford. Las autopsias confirmarán con toda seguridad que murieron de congelación en una cámara refrigerada a veinticinco grados bajo cero, pero es importante establecer la hora y el día exactos en que perecieron, para saber dónde precisamente terminó su viaje.

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La policía procedió ayer a registrar tres viviendas en el pequeño pueblo de Laurelvale, condado de Armagh (Ulster), donde viven Mo Robinson (el camionero) y sus padres, que aseguran que su hijo desconocía que en el contenedor estaban los chinos (si vivos o muertos cuando se hizo cargo del tráiler, no se sabe), y que no tiene nada que ver con las mafias que se dedican al tráfico de personas. Las autoridades son mucho más escépticas, y las de la República de Irlanda han empezado a investigar a la mujer propietaria de la empresa que tiene registrado el camión, y a qué se dedica.

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Cada una de las 39 víctimas tenía una historia personal y sus razones para salir de China y buscar lo que pensaban que sería una vida mejor, ya fuera huir de la pobreza, reunirse con familiares o dejar atrás un régimen que consideraban opresivo, y un país en el que una élite del uno por ciento controla un tercio de toda la riqueza, la desigualdad es cada vez mayor y la guerra comercial con los Estados Unidos ha provocado el cierre de fábricas, afectando sobre todo a los menos favorecidos.

Cada una de las 39 víctimas pagó alrededor de 12.000 dólares por su billete al paraíso. En realidad lo que compró fue un ataúd en Essex.