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La niñez detrás de un fusil
Miguel Bayón.
El País, 20-12-2002
Niños forzados a matar en la guerra de Sierra Leona dibujan sus vidas
El horror sellaba la voz a los niños, porque era un horror indecible: el horror de críos forzados a ser soldados, o sea a matar a sus familiares, quemar aldeas, capturar más niños, volver a drogarse para volver a matar, a quemar... En Sierra Leona, fueron 5.000 los pequeños víctimas-verdugos en una guerra que sólo beneficiaba a los mercaderes de diamantes y que sembró el país de muertos insepultos y de supervivientes de manos cortadas.

Una guerra concluida oficialmente en noviembre del 2000 e inmediatamente olvidada por los grandes medios de información, pese a que muchos de sus combatientes, entre ellos multitud de niños, siguieron peleando en la vecina Liberia. En conflictos similares a lo ancho del mundo hay 350.000 niños y niñas obligados a la violencia y condenadas a la esclavitud sexual.

Yo no quería hacerlo / Ano bin wan duam (Publicaciones de la Universidad de Comillas, prólogo de José Saramago), de la profesora de Técnicas Proyectivas para el Diagnóstico Psicológico Fátima Miralles y del misionero javeriano Chema Caballero, relata la tragedia de los niños sierraleoneses a través de sus propios dibujos.

Miralles y una alumna, Almudena Martorell, trabajaron cinco semanas en el verano de 2001 en el Centro St. Michael, donde desde 1999 Caballero desarrollaba un programa de acogida, rehabilitación y reintegración, por el que han pasado 3.000 chicos. "Fue un choque. Nuestra experiencia a la europea en diagnóstico y terapia a través del dibujo quedó desmantelada por la realidad de los chicos", recuerda Miralles. "Cuando les pedimos dibujarse a sí mismos, vimos que estaban absolutamente bloqueados. Según los parámetros occidentales, podíamos clasificarles a todos como esquizofrénicos, o psicóticos, o qué sé yo: definiciones ridículas. Así que dejamos nuestros conceptos y, acompañando pacientemente a los niños, logramos poco a poco que dibujaran".

Trabajaron con un grupo de 18 niños y una niña. Les hacían dibujar en grupo y luego hablar del pasado y escenificarlo. Los resultados fueron inmediatos, aunque no carentes de dolor, porque surgían entre los críos terribles diálogos: "¿Tú has matado?". "Sí". "Entonces no te quejes". Miralles, al recordarlo, expone: "La dificultad para la reinserción reside en que son vistos, o ellos se ven, como culpables. Realmente son víctimas a quienes la guerra les ha arrebatado su infancia y acaso el futuro".

El programa de dibujos consistió en varias fases: Este soy yo, Mi aldea antes de la guerra, Mi familia, El animal que más me gusta, Mi día más triste, El día que no consigo quitarme de la cabeza, Esta pesadilla me persigue, Esto aprendí en la selva, El día en que me desarmaron, Mi día más feliz, Esto le quiero decir al mundo, La guerra me robó y yo perdí en la guerra. Así, los niños plasmaban su historia y podían empezar a asumirla.

Clavaban el lápiz en el papel y, con una concentración sin respiro, rescataban y coloreaban la añoranza de lo no vivido, la memoria indeleble de las atrocidades. "Maté, amputé, quemé casas. En la selva me drogaba", expone en su dibujo un niño de 15 años. Otro de 13 muestra cómo vio que a su amigo le ponían un neumático en torno al cuello y le prendían fuego. Otro, de la misma edad, plasma la ejecución a quemarropa de su tío y cuenta que reza por él cada noche para que su espíritu no le asedie. Un quinceañero pinta una batalla con helicópteros y tanques y recuerda que, tras secuestrarle el cabecilla Rambo, fue entrenado en Liberia, obligado a drogarse y luego, después de atacar la capital, Freetown, se le nombró teniente: "Todo esto me remueve por dentro", dice.

La única niña fue especialmente difícil: tenía siete años y había sido secuestrada a los tres. De hecho, la inmensa mayoría de niñas secuestradas nunca aparece. Se supone que hoy siguen siendo parejas de jefes guerrilleros, o anónimamente cargan con hijos, o se prostituyen en Freetown.

"La niña no hablaba, era invisible", rememora Miralles. "Con muchas dificultades logramos que dibujara, pero siempre lo mismo: su hermano, su hermana, una pareja que quizá eran sus padres, una choza. Chema coligió por el tipo de choza que la niña venía del norte. Ella acabó acercándosenos como un gatito".

Miralles recuerda que la niña, en cuanto empezó a dibujar, se puso a jugar con los demás y cambió: "Chema tuvo que llegar a decirle una vez que se quedara quieta, de lo divertida y traviesa que se había vuelto".

¿Se curarán esos niños, tras la terapia del dibujo? "Honradamente, no lo sé", dice Miralles. "Lo que han vivido ha sido de tal crueldad y perversidad que es imposible predecir nada. Te conmueve que te confíen: 'Quiero ser abogado'. ¿Qué idea pueden tener de un abogado? Pero todos soñaban con volver a su escuela, es decir, recobrar su infancia".

Los niños, durante la guerra, llegaban al Centro St. Michael traídos por la ONU. Por esos absurdos de la burocracia internacional, como ya no hay guerra en Sierra Leona, el St. Michael ha tenido que cerrar. Chema Caballero sigue con su programa de reinserción mediante pisos tutelados en los que se enseñan oficios, y continúa el acogimiento en familias. "Eso es muy emocionante", dice Miralles. "Ves familias con cinco o seis hijos que no tienen reparos en acoger a otros tres o cuatro chicos. Ello contrarresta la realidad de que muchos otros, si vuelven a sus aldeas donde perpetraron crímenes, lo más seguro es que vayan a la muerte o a una vida terrible".

Las cifras del programa de St. Michael son abrumadoramente positivas: el 53% de los chicos fueron reunificados con sus familias en la zona de Freetown; al 36% se le transfirió a otros centros en sus regiones de origen para luego reinsertarles en la familia; el 10% en un primer momento, y el 3% a finales de la guerra fueron colocados en cuidado alternativo mientras se buscaba a sus familiares; sólo un 1% abandonó el programa.

La guerra, oficialmente, ha terminado. Pero ¿cuánto tarda en terminar una guerra? Ahora mismo se descubren fosas de ejecutados en la contienda civil española de 1936. Los niños sierraleoneses forzados a ser soldados o soldaderas siguen vivos, aunque los medios de información les hayan borrado ya. Y Sierra Leona es sólo una gota en un océano sangriento.

"El libro era un proyecto básico desde que empezamos la terapia, un modo de decirles tenki a esos niños, y el mejor agradecimiento es denunciar ese escándalo mundial de los niños forzados a guerrear", dice Miralles. "Por eso hemos incluido el Protocolo Facultativo de la Convención de Derechos del Niño sobre participación de menores en conflictos armados: es vergonzoso que países que están queriendo montar una guerra, como EE UU y Reino Unido, se nieguen a ratificarlo".