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Un país de niños perdidos
John Carlin.
El País, 23-9-2007 (fragmentos)
En el reino africano de Suazilandia, cerca de 70.000 huérfanos se las ingenian para sobrevivir acosados por el sida, la pobreza extrema y las implacables sequías. Algunos se convierten, con seis años, en padres y madres de sus hermanos. Numerosas ONG y hasta el Barça se han empeñado en que estos niños no pierdan la esperanza.

Suazilandia suena a un país de dibujos animados; el nombre, como si se lo hubiera imaginado Hergé, el autor de Tintín. Y, en cierto modo, Suazilandia sí es una caricatura. Porque si uno quisiera crear un retrato teórico de un lugar en el que se concentran los males típicos de África subsahariana, se inventaría cifras como las que en realidad posee este diminuto país: el 39% de la población, infectada por el virus del sida; el 80%, procurando subsistir de la agricultura, y el 70%, viviendo en la pobreza absoluta. La esperanza de vida, 32 años; sequías frecuentes, erosión crónica de la tierra, desesperada necesidad de agua potable; el poder y el dinero, concentrados en manos de una pequeña élite despilfarradora.

Pero las cosas podrían estar peor. Suazilandia tiene la fortuna de haber sido colonizada por ONG de todo el mundo -Cáritas, CARE, Save the Children, OXFAM, PLAN, Actionaid, el Ejército de la Salvación y muchas más- que luchan en todos los frentes contra el sida, enfermedad que devora a la gente y la economía del país como una plaga bíblica. El sida ha creado un submundo de huérfanos que o los crían los abuelos o se crían por sí mismos.

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Sibusiso y sus dos hermanos, retratados con un sol poniente de fondo, han perdido a sus padres a lo largo de los último cinco años, periodo en el que las cifras de esperanza de vida en Suazilandia han bajado de los 58 a los 32 años debido al sida. En las comunidades donde viven, mantener la higiene más elemental es un desafío permanente debido a la falta de agua y electricidad. Si tuvieran familiares que los cuidaran, la vida seguiría siendo dura. Pero ellos están solos. Esto ha obligado a Sibusiso a convertirse en padre y madre de sus hermanitos, lo que ha incidido de manera negativa en sus estudios. Ha tenido que repetir quinto grado este año.

La madre de Velaphi, de 15 años, y de sus dos hermanos, de 13 y 10, sigue viva. Tras la muerte de su marido se volvió a casar con otro señor y se fue con él. Les viene a ver dos veces al año y se encarga de comprarles los uniformes del colegio. Pero Velaphi es el que hace de papá y mamá.

Busisiwe lo ha tenido menos difícil que otros niños y niñas transformados de repente en cabezas de familia. Ella tuvo la oportunidad de ir a vivir con unos vecinos mientras acababa sus estudios de primaria. Eso hizo que la siguiente en edad de sus tres hermanas tuviera que cuidar a las más pequeñas durante un tiempo, pero ahora que Busisiwe ha conseguido su matrícula de escuela primaria, ha vuelto a encargarse de la familia.

Cedza y sus dos hermanos viven en una casa de adobe de dos habitaciones; una para dormir, la otra para cocinar. El techo está muy dañado y cuando llueve se mojan. Cuando hace frío (en África no siempre hace calor; Suazilandia es un país montañoso, y en invierno de noche hay que abrigarse), pasan frío. Y cuando no pasan frío, pasan miedo -solos, de noche, en comunidades donde los caminos de tierra no tienen luz eléctrica.

¿Cómo es que estos niños sobreviven? ¿Y cómo logran mantener, a través de la enseñanza que reciben (por escasa que sea), un atisbo de esperanza de que algún día sus vidas mejoren? En gran medida porque las ONG más experimentadas y organismos internacionales como Unicef han desplegado su energía y sus considerables conocimientos para buscar soluciones que minimicen el impacto de la catástrofe cotidiana que padecen.

La clave del programa de Unicef en Suazilandia consiste en la creación de una serie de puntos de atención comunitarios (PAC), centros a los que los huérfanos acuden para que se les brinde ayuda en todos los terrenos posibles. En los PAC reciben agua potable, o incluso ayuda para la instalación de sistemas de agua y letrinas; se les da de comer con productos que distribuye otro organismo de la ONU, el Programa Mundial de Alimentos; y, quizá lo que más necesiten, el cariño de los mayores. Como complemento al trabajo de los PAC, equipos de cuidadores visitan a los niños con regularidad para asegurarse de que tengan la ropa y la comida suficientes para sobrevivir, y para ver si tienen necesidad de atención médica.

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En algunos casos, los problemas del Gobierno son casi inevitables -endémicos en países pobres-. La infraestructura médica del país, por ejemplo, es frágil y dificulta la tarea de distribuir los medicamentos antirretrovirales que han contribuido en los países desarrollados a que el virus del sida haya dejado de ser hace tiempo una condena de muerte. Los problemas provienen de lo rudimentarios que son los equipos y los aparatos médicos, y, más que nada, de la falta de personal. Podría haber médicos y enfermeras y enfermeros de nacionalidad suazi suficientes. El problema es que emigran a países donde los sueldos son mejores y las condiciones de trabajo no son tan desmoralizadoras; donde no hay que ver morir a niños y mayores de sida sabiendo que no hay nada que hacer para aliviar su sufrimiento. Según un estudio patrocinado por la Organización Mundial de la Salud, Suazilandia tiene un déficit de médicos del 44%, y de enfermeras y enfermeros, del 19%.

En el terreno de la prevención del sida, el Gobierno intenta propagar la información necesaria a través del sistema escolar, pero hay un problema de fondo que tiende a minar los mejores esfuerzos de los educadores sexuales. Es un problema estructural, del que provienen otros males en Suazilandia, y es el hecho de que el país es la última monarquía absoluta del continente africano.

Más allá de que en una democracia representativa los gobiernos tienden a ser más sensibles a las necesidades de los votantes, hay dos aspectos del feudalismo suazi que han ocasionado críticas tanto dentro del país, de los sindicatos y de los partidos políticos ilegalizados como fuera.

El primero es que el rey Mswati III no da señales de renunciar a la antigua tradición polígama de la línea real suazi, a pesar de que, como mucho se ha comentado, el ejemplo que da a los hombres de su reino no ha ayudado a evitar que hoy sea el país con el porcentaje más elevado de gente infectada con sida en todo el mundo. El rey, de 39 años, tiene 13 esposas y está en vías de conseguirse la decimocuarta. Este mes se llevó a cabo en el palacio real de Ludzidzini una ceremonia anual en la que decenas de miles de doncellas, todas de menos de 22 años, bailan con los pechos descubiertos ante el monarca, cuya ardua tarea consiste en elegir entre ellas otra esposa. Por ley, a la elegida no se le permite decir que no. Lo cual no suele ser un gran problema, ya que Mswati III le da a cada esposa una casa y un Mercedes Benz o BMW con chófer. En tales condiciones, en un país tan pobre, los celos no tienen tanto peso.

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El segundo aspecto de la monarquía suazi que tanto los africanos como los hombres blancos han llegado a considerar ofensivo (la diferencia consiste en Suazilandia en que los africanos que lo dicen tienden a acabar en la cárcel) es el hecho de que Mswati III sea un hombre tan rico. Según la revista norteamericana Forbes, el rey Mswati es el decimoquinto monarca más rico del mundo, con una fortuna que asciende a los 200 millones de dólares. Esto significa, según Forbes, que el rey de Suazilandia tiene más dinero que el rey de España y el emperador de Japón. Su fiesta de cumpleaños más reciente, contaba la revista, costó un millón de dólares

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¿Qué opinarán Khanya, Velaphi, Busisiwe, Sibusiso y Cedza al respecto? Seguramente no mucho. No se habrán enterado. De lo que sí se enteran es de la suerte que tienen de que los hombres y mujeres blancos y negros que los vienen a cuidar y querer, que crean centros de atención en sus comunidades donde les arropan y les dan de comer y beber, hayan aparecido en sus vidas. Porque la tragedia a la que están condenados, igual que el cuento de hadas que se ha inventado el rey Mswati, es de verdad; porque Suazilandia, desafortunadamente, no es un país ficticio de un cuento de Tintín. ¿Dónde está exactamente? Podría estar en cualquier lugar del sur de África, la zona donde está concentrada la mayor parte de los casos de sida que afligen el continente. Pero éstos son los datos: Suazilandia es un país de poco más de un millón de habitantes, 70.000 de ellos huérfanos, que está colocado entre Suráfrica y Mozambique y no tiene acceso al mar. Es pequeño: el doble del tamaño del País Vasco. Pero tiene problemas de verdad.