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La oposición a la Declaración Universal desde el relativismo cultural
Javier de Lucas.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos. Asociación para las Naciones Unidas en España

Icaria, Barcelona, 1998 (p. 120-122)
Para terminar, añadiré sólo unas pocas reflexiones sobre el segundo tipo de críticas, relacionadas con la pretensión o imperativo de universalidad, que crecen continuamente en todos los foros internacionales y se refuerzan en un mundo crecientemente multicultural, en el que la fragmentación de los códigos homogéneos supuestamente asentados en consenso pone de manifiesto las dificultades que ha de afrontar la pretensión de establecer cualquier proyecto común y, 'a fortiori', la aspiración de universalidad. Aun a riesgo de simplificar, podemos resumir el argumento de la siguiente manera: la concepción pretendidamente universal de los derechos humanos reflejada en la Declaración (que sólo adquirió el adjetivo de universal como consecuencia de la decidida presión francesa, encabezada por R. Cassin, pues inicialmente se hablaba de "Declaración Internacional") sería en realidad la expresión de una mentalidad etnocéntrica, la imposición de la hegemonía de la visión occidental (colonialista), una coartada funcional a los intereses de dominación de las potencias occidentales.

[...]

La respuesta a esas críticas, como he tratado de argumentar en otros lugares,6 no es difícil de formular. Ante todo, habría que recordar que la Declaración, del mismo modo que la propia noción de derechos humanos, no es tanto una concepción identificada con una tradición cultural -aunque surja históricamente en un marco histórico, como no podría ser de otro modo- sino en gran medida una ruptura con esa tradición. Baste pensar en la esclavitud, en la organización patriarcal de la familia y de la sociedad, etc.. Deberíamos añadir, asimismo, que la noción de culturas esenciales o puras -incomunicables- es contrafáctica. Si algo nos muestra la experiencia es precisamente lo contrario, el carácter dinámico, cambiante, poroso, de las diferentes identidades culturales, junto a la pluralidad que las recorre internamente. Por otra parte, habría que recordar que no todas las exigencias planteadas desde las identidades culturales han de traducirse necesariamente en el lenguaje de los derechos, que es tan sólo una herramienta, entre otras, de la acción de reconocimiento y garantía, aunque, desde luego, particularmente eficaz. Finalmente, respecto a la coartada ideológica de intereses de dominación, el argumento puede volverse fácilmente contra algunos de los que lo esgrimen, pues, del mismo modo que históricamente es cierto que el universalismo ha funcionado como coartada de determinadas pretensiones coloniales -lo que no invalida conceptualmente al universalismo, sino a quienes históricamente lo han manipulado con ese fin-, no es menos cierto que entre quienes se oponen al universalismo desde la defensa de la identidad propia no faltan quienes quieren elevar de nuevo el muro de los asuntos internos para poder proceder con una especie de patente de corso en materia de derechos humanos.